A.D .844M40.
Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Mathias jamás había imaginado cómo sería
tener la responsabilidad de cargar sobre sus hombros el destino de todo un
planeta. Sabía que los inquisidores convivían a diario con ello, y no los
envidiaba. Ahora, menos que nunca. Porque ahora conoce la sensación.
Por fin ha aislado la cepa. Por fin cree
haber encontrado la vacuna. Tras días enteros durmiendo cuatro horas cada
noche, aguantando el ritmo gracias a una mezcla de fármacos estimulantes y pura
fuerza de voluntad, trabajando sin descanso al frente del equipo de expertos
del Adeptus Medicae, al fin lo ha conseguido. Tiene listos los primeros
prototipos.
El problema es que el virus es difícil de
manejar. No se trata de un patógeno normal, sino de un organismo maligno,
psicoactivo y muy potente, creado por la corrupta mano del Caos. Mathias ha
estado estudiándolo lo suficiente como para saber que la línea entre la
inmunización y la infección es demasiado delgada. Con la asistencia de los
Magos Biologis, han creado tres prototipos, tres versiones de la vacuna con
distintos grados de debilitamiento viral y diferentes excipientes. Sobre el
papel, son las opciones más viables, pero no hay forma de saber con certeza si
funcionarán hasta que las prueben.
Ha llegado la fase del ensayo clínico.
Valeria y su escuadra de Hospitalarias
aguardan ya en la sala de aislamiento número cuatro. Mathias sabe lo que va a
encontrar cuando entre, pero no por ello le impresiona menos. Abre la puerta
seguido por un servidor sanitario, cuyos brazos biónicos sostienen una caja
sellada y esterilizada con las muestras.
La sala es grande, toda pintada de blanco,
tan fría como la luz que la ilumina. Además de las Hospitalarias con traje de
aislamiento biológico, en la sala hay sesenta pacientes, todos ellos sedados e
intubados, inmóviles en sus camillas. Hay tantos hombres como mujeres, todos
ellos de edades comprendidas entre los dieciocho y los sesenta años estándar. Ninguno
se encuentra ahí por propia voluntad. Nadie en su sano juicio se habría
presentado voluntario para correr un riesgo semejante.
Mathias se pone los guantes quirúrgicos
estériles, haciéndolos chasquear contra su piel. El dolor no le molesta; le
ayuda a sentir que lo que le rodea es real.
“Al menos, ninguno tiene familia”, se dice.
Ese fue uno de los requisitos que exigió.
Pacientes heridos durante los atentados de Morloss cuya vida no corriera
peligro, que no sufrieran enfermedad alguna y sin cargas familiares. Ninguno
tenía padres, hijos o pareja formal, o bien los habían perdido durante la
revuelta. Eso atenúa un poco los nervios y el resquemor de Mathias ante lo que
va a hacer. Sólo un poco, no del todo.
-Grupo Uno- dice. – Muestra A-.
Las Hospitalarias toman las muestras y se
reparten entre las veinte primeras camillas. Con una pistola inyectora,
inoculan la vacuna a todos los sujetos en menos de un minuto. Después,
introducen una nueva ampolla en el mecanismo de inyección. Mathias observa cómo
los fluidos que corren por los tubos de los goteros cambian de color cuando los
pacientes abandonan la sedación y caen en un estado de semi inconsciencia.
Traga saliva.
Una mujer joven, de unos veinticinco años, es
la primera en ponerse a gritar. Abre desmesuradamente los ojos, y de su boca
emerge un angustioso quejido. La Hospitalaria más cercana a ella la pincha en
el brazo sin vacilar y aprieta el émbolo de la pistola de inyección. Al
instante, los ojos de la desdichada paciente se quedan en blanco. Mientras la
Hospitalaria hace la Señal del Aquila y murmura la plegaria de la Paz del
Emperador, el cardiograma y el neurograma emiten un pitido de advertencia y se
quedan planos. La mujer ha muerto.
Mathias siente que un sudor helado le corre
por la espalda cuando, a lo largo de la hora siguiente, la escena se repite en
todas las camillas. Uno a uno, los pacientes sucumben a la infección, algunos
antes y otros después. Ante los primeros síntomas, las Hermanas Hospitalarias
administran la Paz del Emperador a los sujetos sin vacilar. Mathias sabe que es
necesario, que no pueden permitir que la corrupción tenga lugar y los pacientes
pierdan el alma además de la vida, pero la escena le produce escalofríos. Al
cabo de hora y media, todo el Grupo Uno está muerto.
Tras retirar los cadáveres por un conducto
que conduce directamente al tanque de desinfección y al horno crematorio,
comienzan los ensayos clínicos con el Grupo Dos. Esta vez, los resultados
tardan más en llegar. Todos los pacientes, apenas conscientes, se mantienen en
un sereno estado de duermevela tras recibir la inyección. Pasa una hora. Pasan
dos. Mathias comienza a suspirar de alivio. Está a punto de proponer una pausa
para comer, cuando un hombre de cincuenta años comienza a gemir y a gorgotear.
Un leve vistazo de Valeria basta para que la joven apoye el inyector en el
brazo del paciente y lo mate sin vacilar.
Nadie más se mueve ni gime en las camillas,
pero Mathias no se atreve a abandonar la sala. Cualquier resquicio de apetito
que hubiera podido sentir se ha convertido en náuseas. Aguardan. Valeria, que
no puede tocarlo por razones de asepsia, lo mira a través de su máscara de
aislamiento y le hace un leve gesto de asentimiento con la cabeza. “Estamos
haciendo lo correcto”, parece decir, pero eso no le hace sentirse mejor.
El virus tarda más en actuar en esta ocasión,
pero siete horas más tarde de la primera inyección, todos los pacientes del Grupo
Dos han corrido la misma suerte que los del Uno. Para entonces, Mathias ya no
puede disimular el temblor de sus manos, y aprovecha un breve descanso yendo al
baño para tragar una dosis de tranquilizantes. Cuando siente que su corazón se
sosiega un tanto, vuelve a la sala de aislamiento, tratando de no seguir
dándole vueltas al hecho de que acaba de provocar la muerte de cuarenta
personas. Aún quedan las veinte dosis de la Muestra C.
Los pacientes inyectados están tranquilos,
pero Mathias ya no se fía de las apariencias después de ver lo que ha pasado con
el Grupo Dos. Los Treses se mantienen estables durante una hora, dos, tres.
Mathias siente que los párpados le tiemblan y a regañadientes acepta la
proposición de Valeria, que suena casi como una orden, de irse a descansar un
poco. Al principio no cree que pueda quedarse dormido, pero en un momento
determinado sus ojos se cierran y se sume en un sueño intranquilo, poblado de
pesadillas. Durante la última ensoñación, su cerebro lo devuelve a la sala de
aislamiento, y una de las pacientes que convulsiona entre gemidos sobre una de
las camillas es Alara. Se despierta de golpe, llevándose las manos a la boca
para no lanzar un grito.
Cuando regresa de verdad a la sala, Valeria tiene
buenas noticias. Ningún paciente ha mostrado signos de infección desde que él
se ha marchado. Algunos han tenido picos de fiebre y una leve inflamación en la
zona del pinchazo, pero eso ha sido todo. Doce horas más tarde, las
Hospitalarias extraen una muestra de sangre a los pacientes y Mathias las
analiza una a una sin quitarse el traje de aislamiento biológico. Cuando mira
por el microscopio, el aliento se entrecorta en su garganta por el alivio.
Anticuerpos. El Grupo Tres ha generado
anticuerpos.
Las siguientes horas son de lo más movidas.
Se hacen nuevos ensayos clínicos con la Muestra C, todos ellos exitosos. Nadie
se contagia, todos se inmunizan. Comienzan las pruebas con niños, ancianos y
enfermos. Mathias tiene el funesto presentimiento de que alguno de ellos se
infectará, pero por fortuna se equivoca. Cuarenta y ocho horas más tarde, el
anuncio se hace oficial y todos los Templos Biologis del Culto Mecánico
comienzan a producir en masa la vacuna.
La alegría contagia a todo el mundo. A todos,
menos a Mathias. Valeria se da cuenta de que la sonrisa de su amigo es forzada,
porque se acerca a él y le pregunta qué es lo que le preocupa.
-¿De veras no lo sabes?- susurra él con
amargura. -Cuarenta personas han muerto durante los ensayos clínicos-.
-Sí, y gracias a ello hemos encontrado la
vacuna-.
-Pero eran inocentes…
-Eran mártires- afirma Valeria, y Mathias ve
en ella una férrea convicción que hasta ahora sólo había vislumbrado en Alara.
-Han dado su vida por el Imperio. Gracias a su sacrificio, millones de personas
vivirán, y los planes de los herejes habrán fracasado-.
-Nadie les preguntó si aceptaban el
martirio-.
-No era necesario. Para cualquier ciudadano
imperial, el más alto honor y el mayor orgullo consiste en dar la vida por el
Dios Emperador- replica ella con rotundidad.
Mathias la mira con tristeza.
-Tienes razón, por supuesto. Pero, ¿de verdad
no sentiste tener que matarlos? ¿Ni un sólo momento?-.
Valeria se encoge de hombros.
-No fue agradable, pero era lo mejor para
ellos. Les administramos la Misericordia del Emperador antes de que la mácula
del Caos corrompiera sus almas; su muerte les ha otorgado un lugar al lado de
nuestro Divino Padre. Es mejor perder la vida que perder el alma. Este
sacrificio era necesario para obtener la vacuna, lo sabes tan bien como yo-.
Mathias se echa el pelo hacia atrás y
contiene la mueca de amargura que asoma a sus labios.
-Lo sé. Lo sabía. Y si hubieran sido herejes
o traidores, no les dedicaría ni un pensamiento más. Pero eran inocentes,
Valeria, y yo los envié a la muerte. Había que encontrar la vacuna a cualquier
precio, y el precio fueron ellos. He sacrificado a ciudadanos inocentes, aunque
fuera salvar más vidas. ¿Acaso no he actuado como una mala persona?-.
-No- responde Valeria, mirándolo con sus ojos
claros. -Has actuado como un inquisidor-.
A.D .844M40.
Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
A la hora de comer,
la temperatura corporal de Alara había vuelto a la normalidad y el dolor casi
había remitido. Las sábanas de la cama estaban húmedas de sudor, y Valeria dio
orden de que las cambiaran mientras Alara se metía en el baño y se daba una
buena ducha.
La joven Militante
no recordaba la última vez que se había dado un baño tranquilamente y a solas.
Poder limpiarse por sí misma, sin que el cuerpo le doliera y las rodillas se le
doblaran de debilidad, fue tan vivificante como la mejor de las medicinas.
Anhelaba volver a vestirse con el hábito de su orden, pero Mathias le dijo que,
por seguridad, las tres deberían vestir ropas civiles para asistir a la
reunión.
-Ya es bastante
riesgo sacarte del hospital- dijo. -No quiero que llaméis la atención, así que
ninguna de vosotras vestirá como una hermana del Adepta Sororitas-.
Él tampoco iría
ataviado como un Acólito de la Inquisición; el Adeptus Arbites le había hecho
llegar un uniforme de su talla, con casco y armadura caparazón, que Mathias
vistió para confundirse con los otros dos agentes del Adeptus Arbites que iban
a escoltarlos.
Dejaron el
hospital a las cuatro en un vehículo civil que no parecía tener nada de
particular, aunque tanto la carrocería como los cristales tenían blindaje suficiente
como para protegerlos de un bólter pesado. Dos Arbitradores en motocicleta
partieron con ellos; uno abría camino por delante y el otro los seguía por
detrás.
-¿A dónde vamos?-
preguntó Alara mientras se ponían los cinturones de seguridad.
-Al Palacio
Episcopal- contestó Mathias.
Incluso en medio
de la isla Zarasakis, el distrito más lujoso de Morloss Sacra, las huellas de
la guerra eran evidentes. A lo largo del camino, Alara vio los estragos de la
artillería enemiga en muchos edificios de viviendas, la mayoría de ellos
dañados y unos cuantos derrumbados. Las arcadas rotas, las aristas góticas
quebradas y los boquetes abiertos en la piedra negra daban a los edificios el
aspecto de barras de chocolate medio derretidas al sol, aunque el cielo sobre la
ciudad seguía nublado y sobre los cristales del coche repiqueteaba la lluvia.
-Ya no hay
combates- comentó Mathias mientras giraba por una maltrecha avenida que sólo
tenía un carril habilitado para el tránsito. -Hace más de una semana que
conseguimos expulsar a los herejes de las proximidades, y ahora Morloss Sacra
se ha convertido en zona de retaguardia. Aun así, el Ordo Hereticus nos ha
advertido que hay espías y agentes enemigos infiltrados en la ciudad. Su
principal cometido es encontrarte, Alara; saben que sigues viva-.
-Ni siquiera
constas con tu nombre auténtico en el registro de pacientes del hospital-
añadió Valeria. -Fue de las primeras medidas que se tomaron. Nadie sabe que
estás ingresada en el Santa Sybilla, aparte del personal de nuestra planta-.
Alara se mantuvo
en silencio mientras observaba los estragos que la guerra había hecho en la
hermosa ciudad, en el lugar más santo de Vermix. De pronto, se dio cuenta de
que aquella calle le resultaba familiar, y unos segundos más tarde cayó en la
cuenta: aquella era la avenida del Coronel Hausser, la misma en la que había combatido mano
a mano con los Frateri Militia y se habían introducido alcantarillas abajo.
Emitió una plegaria silenciosa por todos los inocentes que habían muerto allí,
mientras el coche se dirigía hacia la avenida del General Kareman, la ruta más
directa hasta la Plaza del Emperador.
Al llegar a la
plaza del General, vio la rotonda donde se habían reunido los brujos, la
estatua decapitada del militar y el edificio derrumbado donde ella misma había
estado a punto de morir sepultada por los escombros. Habían retirado los
suficientes cascotes para abrir un único carril de circulación en ambos
sentidos. Mientras el coche giraba por la rotonda, Alara se dio cuenta de algo
extraño: de las farolas, de las ramas de los árboles, incluso en las ventanas
de las viviendas que aún quedaban en pie, había colgadas multitud de flores
rojas. La mayoría eran rosas; el resto, algún tipo de flores autóctonas cuyo
nombre Alara no recordaba. De los mismos cordeles que ataban las flores,
también habían colgado símbolos religiosos: águilas imperiales, íes
eclesiásticas y flores de lis.
-¿Qué son todos
esos colgantes?- preguntó Alara, extrañada.
-Plegarias y
ofrendas- respondió Octavia- en honor a la Demonicida-.
-¿Estás diciendo
que todo eso es por mí?-.
Mathias sonrió
mientras maniobraba para dejar atrás la plaza.
-Eres una heroína
imperial, ¿recuerdas? El obispo Theocratos pidió a toda la población que rezara
por ti. Los fieles de Morloss peregrinaban hasta la plaza donde caíste y
colgaban amuletos con oraciones escritas para rogar que te recuperases. Las
flores rojas son por la Rosa Ensangrentada. A juzgar por el
resultado, parece que sus ruegos tuvieron respuesta-.
Alara jamás se había
sentido tan sobrecogida, ni siquiera el día de su consagración. Dirigió la
vista atrás, echando una última mirada a los colgantes que se movían en el
aire, suavemente mecidos por el viento, y a las flores que se marchitaban
lentamente bajo la lluvia. Volvió a rezar en silencio, esta vez para rogar al
Emperador que le permitiera estar a la altura de las esperanzas que todas
aquellas personas habían depositado en ella.
El coche llegó sin
contratiempos al Palacio Episcopal. Cuando Mathias aparcó en el garaje y
bajaron del vehículo, una escolta los estaba esperando. En aquella ocasión no
eran Adeptus Arbites, sino soldados de la Guardia Imperial. El sargento que los
comandaba se cuadró ante Mathias y los acompañó hasta un amplio rellano situado
en el segundo piso. Alara se maravilló al ver los frescos de las paredes, que
representaban exquisitas imágenes religiosas, y los dorados del techo y las
columnas. El mármol negro y verde del suelo emitió un eco sordo bajo las
pisadas del grupo mientras se dirigían a una puerta de doble hoja, recubierta
con pan de oro y decorada con palomas y querubines en relieve.
Al traspasar la
puerta, entraron en una sala circular, toda mármol y volutas doradas, en cuyo
centro había una mesa ovalada con la mayor parte de las sillas ocupadas. Alara
distinguió en seguida a varios agentes de Ordo Hereticus que ya estaban allí:
el Interrogador Damaris, el Legado Dryas y el Magíster Molocai. También estaban
el Tecnomago Corban Wyllard y el Interrogador Melacton Kyrion, que les presentó
a los demás miembros de la reunión. Todos eran altos cargos militares: el Teniente General Grenobius de la Guardia Imperial,
la General de Brigada Mara Bauer de la Milicia Planetaria, el Vicealmirante
Walter Thraum de la Armada Imperial, el Contraalmirante Julius Vernal de la
Marina Imperial, y la Coronel Jennyfer Braxtina de Inteligencia Imperial. Todos
ellos saludaron con una inclinación de cabeza a Mathias y a las tres Sonoritas.
-Todos ustedes conocen ya los antecedentes- dijo Kyrion, tomando asiento.
-Se les ha informado de cuáles fueron las conclusiones más importantes en la
última reunión de los Ordos Inquisitoriales. Antes de nada, escucharemos la
predicción efectuada por nuestro Vidente, el Magíster Dymas Molocai, que nos
confirmará hasta qué punto son certeras las hipótesis del Legado Trandor y la
hermana Alara sobre los planes de los herejes-.
Se sentó. Todos miraron a Molocai, que portaba una túnica rojo oscuro con
el emblema del Adeptus Astra Telepática en hilo dorado. Parecía cansado y más
pálido que de costumbre; sus tatuajes de protección arcana destacaban como
negras patas de araña sobre su piel blanquecina. Entrelazó los huesudos dedos
de las manos antes de comenzar a hablar.
-El Legado Trandor y la hermana Alara estaban en lo cierto- dijo. –Los
herejes están haciendo falsos reclutamientos en nombre de la Milicia Imperial
en numerosas zonas rurales de Kamrea, aunque desconozco el número exacto de
gente que se han llevado-.
La Coronel Braxtina alzó una mano.
-Disculpe la interrupción, pero la General Bauer y yo hemos podido acotar
una cifra. Calculando la cantidad de desfases entre reclutamientos programados
y poblaciones donde nos hemos encontrado que los jóvenes locales ya habían
desaparecido, hay un mínimo de diez mil personas reclutadas irregularmente. Por
desgracia, todos los archivos referentes a dichos reclutamientos se han borrado
o extraviado de los Ayuntamientos locales, de modo que no podemos saber qué
unidad o unidades los llevaron a cabo. Si es que realmente fueron unidades de
la Milicia y no simples herejes disfrazados, por supuesto-.
-El tarot imperial avisa de una traición interna- dijo Molocai con voz
pausada. –Una traición dentro de nuestras propias filas-.
-No me extraña- dijo el General Grenobius, frunciendo el entrecejo. –Si estos
reclutamientos irregulares aún no habían salido a la luz y encima los archivos
se han borrado, es que también tenemos traidores o herejes infiltrados en el
Administratum, en el Adeptus Mechanicus, o en ambos lugares. La cosa es más
peliaguda de lo que parecía-.
-Si tienen la bondad de dejarme terminar… -la voz de Molocai tenía una
ligera nota de impaciencia. Grenobius se calló y asintió para indicarle que
continuara. –Las cartas afirman que el siguiente reclutamiento tendrá lugar
dentro de siete días. Será el último de ellos. Una semana más tarde, los
designios de los rebeldes se habrán cumplido y una gran traición despertará en
las filas de la Milicia. Los cielos, los mares y la tierra se levantarán contra
nosotros. El Espacio Disforme se abrirá y un miasma impío y corrupto se
extenderá sobre Vermix, plagado de locura y desolación… -se interrumpió un
instante y tragó saliva. -Pido disculpas. No fui capaz de ver más allá. Mi
mente no lo hubiera soportado-.
El Interrogador Damaris estaba más serio que una estatua del Emperador
cuando miró al Vidente.
-¿Ha podido averiguar dónde será ese último reclutamiento, Magíster?-.
-No conozco el nombre del lugar, pero durante la visión, mi dedo se posó en
un punto del mapa- se sacó del bolsillo un papel plegado que mostraba un viejo
mapa de Kamrea. –Es aquí-.
La General Bauer se acercó a mirar.
-El punto está muy cerca de Forestad, una población rural del centro norte
de Kamrea- echó un breve vistazo a su placa de datos. -Según me consta, las
partidas de reclutamiento aún no han pasado por allí. No estaba previsto que lo
hicieran hasta el próximo mes, en caso de que no hayamos conseguido derrotar a
los herejes para entonces-.
-Todo va a ir conforme a lo previsto, entonces- dijo el Interrogador
Kyrion. –Supongo que podemos pasar a exponer los detalles de nuestro plan-.
Damaris se levantó.
-Lo que estamos hablando ahora es alto secreto. Todos los presentes lo
saben, pero insisto en la necesidad de que no comenten ni el más nimio detalle
con nadie fuera de esta sala. De hecho, por lo que al resto del mundo respecta,
esta reunión ni siquiera ha tenido lugar, y la operación de la que vamos a
hablar no figurará en ningún archivo. Cualquiera que filtre el menor retazo de
información será declarado Traitor Excomunicatus y condenado a muerte por la
Sagrada Inquisición-.
Alara guardaba silencio, atenta a las palabras del Interrogador. Mathias
estaba en lo cierto: ya existía un plan. Y tendría que averiguar cuál era el
punto débil para evitar que fracasara sin remedio.
-El nombre en clave de la operación será “Aquila”. Constará de tres fases y
de tres equipos de operaciones; dos internos y uno externo. Los equipos
internos, a los que llamaremos Aquila Uno y Aquila Dos, formarán el que a
partir de ahora llamaremos “grupo de infiltración”. La misión de los agentes
infiltrados consistirá en hacerse pasar por ciudadanos civiles de Forestad y
ser reclutados por los herejes. El equipo externo, al que llamaremos Aquila
Tres, tendrá el cometido de establecer contacto con los infiltrados y prestarles
asistencia externa para que consigan llevar a cabo la misión con éxito. El
equipo Aquila Uno estará formado por la hermana Alara Farlane, la hermana
Octavia Branwen, la hermana Valeria Marlow, el padre Bruno Drayven y el
Sicarius Mikael Skyros. El grupo Aquila Dos estará formado por el Legado Syrio
Dryas, el Teniente Robert Travis y los Acólitos Damian Vogel, Samantha Anterrax
y Phoebe Aberlindt. El grupo Aquila Tres, de apoyo externo, estará formado por
el Legado Mathias Trandor, el Tecnomago Corban Wyllar, el Visioingeniero
Ophirus Crane y los Magistri Dymas Molocai y Baltazhar Astellas-.
Alara tuvo que esforzarse por permanecer impávida. Por un lado, la aliviaba
que Mathias quedara fuera de la parte más peligrosa de la operación, pero por
otro le desagradaba saber que debería trabajar hombro con hombro junto a la
Adepta Aberlindt. Alejó aquellos sentimientos de su mente para seguir prestando
atención a lo que decía el Interrogador Damaris.
-Durante lo que resta de semana, los miembros de Aquila Uno y Dos recibirán
entrenamiento intensivo en cualquier materia necesaria para la misión y la
Inquisición trabajará a destajo para que todo el material esté listo. Un día
antes del reclutamiento, un transporte aéreo del Munitorum los transportará
hasta Forestad, equipados con un vehículo todoterreno y la documentación
necesaria para hacerse pasar por civiles. Los hemos dividido en dos grupos para
que no los recluten juntos, y por supuesto deberán guardarse de llamar la
atención de los herejes. No importa lo que vean, no importa cómo actúen;
asegúrense sin levantar sospechas de que los reclutan junto al resto de
pueblerinos. Aunque obviamente irán desarmados, les proveeremos de sistemas de
comunicación para que una vez lleguen a donde quiera que esté el cuartel puedan
ponerse en contacto con Aquila Tres y revelar su posición-.
Alara se frotó la nuca, pensativa. Hasta ahora, el plan parecía razonable.
-Una vez dentro del cuartel, llegará la parte más peligrosa de la misión-
continuó Damaris. -Por lo que sabemos, los herejes van a usar a los reclutas
para volver a intentar el hechizo que no pudieron completar en Morloss. Si lo
que quisiéramos fuera solamente acabar con ellos, bastaría con ordenar un
bombardeo orbital y darles el tiempo justo a escapar de ese lugar antes de que
lo borráramos del mapa. Pero sabemos que el Líder Vermisionario acudirá allí
para presidir el ritual, y junto a él acudirán la mayor parte de los brujos
supervivientes. Los necesitamos muertos o capturados, y también necesitaremos
capturar a todos los herejes posibles para interrogarlos y sacarles la máxima
información. Por ello, deberán analizar el recinto, localizar
los puntos clave y posibles zonas de inserción, así como estudiar
cuidadosamente al personal. Podemos contar con que los reclutas estén allí
engañados, pero no sabemos hasta qué punto estarán corruptos los mandos. En
principio, y mientras no se demuestre lo contrario, sospechen de todos los que
tengan una graduación superior a Cabo-.
Alara hizo un esfuerzo para recordar la escena que había visto en sueños,
pero por mucho que se esforzó, no pudo recordar la graduación del hombre que
había luchado junto a ella. ¿Era soldado raso? ¿Cabo? ¿Sargento? Por su
juventud y su manera de actuar, no parecía un alto mando, pero lo cierto es que
durante la visión estaba demasiado preocupada por sobrevivir como para fijarse
en esos detalles. Podría reconocer su cara si lo viera, pero nada más.
Taddeus Damaris continuaba hablando, paseándose de un lado a otro de la
mesa como un profesor impartiendo la lección.
-Es vital que consigan dilucidar cuanto antes de quiénes se pueden fiar,
porque necesitarán apoyo interno para la segunda fase de la misión: la
inserción de equipo externo. No podemos concretar al cien por cien en qué
consistirá porque estaremos pendientes de lo que ustedes necesiten una vez
explorado el lugar, pero deberán recibir una dosis estimada de unas diez mil
unidades de la vacuna para asegurarnos de que los herejes no pueden infectar
masivamente a los reclutas como hicieron con los ciudadanos de Morloss. En este
punto, la operación tiene dos posibilidades: la primera de ellas, el Plan A, es
que consigan vacunar a los reclutas, convencerlos para que rebelen contra los
traidores, y aguardar al momento del ritual, con el Líder Vermisionario ya presente,
para que se alcen en armas contra él y sus esbirros. Eso propiciará la
distracción adecuada para que nuestras fuerzas se acerquen al cuartel sin ser
detectadas y caigan sobre el enemigo, cortándole la retirada y aniquilando a
todo aquel que no se pueda capturar-.
Alara lo vio todo en su cabeza. Se parecía a lo que había sucedido en el
sueño. De hecho, se parecía demasiado.
-Somos conscientes de que es un plan arriesgado- continuó el Interrogador-
y de que es probable que existan dificultades que impidan llevarlo a cabo con
éxito. Así que, si algo falla, daríamos paso al Plan B. Si por algún motivo los
infiltrados dejan de establecer comunicación, o contactan para avisar de que
han sido capturados, se ordenará de inmediato un bombardeo masivo de la zona,
con armas explosivas e incendiarias, hasta reducirla a cenizas. Si por algún
motivo nos comunicasen que el Plan A, por los motivos que sean, es imposible de
llevar a cabo, la orden sería la misma, pero dándoles un plazo de tiempo
prudencial para que consigan escapar del recinto, si pueden. Tanto si los
capturasen, como si les resulta imposible escapar, se les proveerá de pastillas
para suicido asistido, para que no tengan que sufrir las consecuencias del
bombardeo ni darle oportunidad a los herejes de capturarlos con vida. Legado
Trandor, usted será el encargado de supervisar la producción y el envío de las
vacunas; ¿cree que también podrá preparar un compuesto de suicidio asistido que
sea lo más rápido e indoloro posible?-.
Mathias había palidecido visiblemente, pero su rostro parecía tallado en
piedra. Asintió sin decir palabra. Alara tragó saliva. Sabía que había algo que
fallaba en ese plan, algo que se le escapaba, pero, ¿qué?
”Es tan arriesgado… hay tantas cosas que pueden salir mal… la Inquisición debe estar realmente desesperada para hacernos correr un riesgo semejante”.
”Es tan arriesgado… hay tantas cosas que pueden salir mal… la Inquisición debe estar realmente desesperada para hacernos correr un riesgo semejante”.
Volvió a rememorar la pesadilla que había sufrido. Los detalles aún estaban
frescos en su mente. Ella y el soldado desconocido conseguían abatir al Líder
Vermisionario, pero a pesar de todo fracasaban, porque el Saurosicario y el
Deomecanicista también estaban allí. Entonces, se dio cuenta de qué era lo que
no encajaba.
“En Morloss sólo estaba uno de ellos. No hacían falta los tres para
presidir el ritual. El Líder Saurosicario combatía en Prelux, y del
Deomecanicista no había ni rastro. ¿Por qué iban a acudir en esta ocasión? No
creo que sea para ayudar al Vermisionario; él debe tener aún suficientes brujos
entre sus filas para formar el coro psíquico que lo asista. Entonces, ¿por qué
acudirán allí?”.
Entonces, se le ocurrió. La ya familiar sensación de un destello interior,
de un mecanismo chirriando en su mente a medida que las piezas encajaban, le
provocó un momentáneo vértigo.
-No- se oyó decir. -No podemos hacerlo así-.
Todo el mundo desvió la mirada hacia ella. Las miradas eran inquisitivas,
de una seriedad funérea, pero Alara ya estaba acostumbrada. Y ahora que sabía
lo que el Emperador quería de ella, se sentía segura de lo que iba a hacer.
-Perdone, Interrogador Damaris, pero no va a funcionar. Si no modificamos
el plan de alguna manera, la misión fracasará-.
Taddeus Damaris regresó junto a su asiento y apoyó las manos sobre la mesa.
-¿Cómo lo sabe?-.
-He tenido una visión. Hoy mismo. Conseguíamos vacunar a los reclutas y la
rebelión tenía lugar, pero además del Líder Vermisionario, también estaban los
otros dos. El Saurosicario y el Deomecanicista- tragó saliva. –No podíamos derrotarlos a los tres a la vez. Al final de la visión, acababan conmigo-.
Un silencio estupefacto de varios segundos fue roto por una oleada de
voces.
-¡No es posible!- exclamó Kyrion.
-¿Los tres?- porfió Braxtina.
-Entonces es cierto… -murmuró Grenobius.
-¿Qué haremos ahora?- se lamentó Bauer.
Syrio y Mathias no dijeron nada; el primero miraba al suelo apretando los
labios, el segundo la miraba con apresión.
-¡Silencio!- ordenó Damaris con voz de trueno. Todas las voces se callaron.
Los ojos del Interrogador se clavaron en los de Alara. -¿Qué sugiere entonces,
hermana? ¿Cuál es la salida, si es que lo sabe? ¿Abortar la misión? ¿Pasar
directamente al plan B?-.
Alara no se permitió el lujo de vacilar. Tenía que mostrarse segura. En
otro tiempo habría tenido miedo de estar cometiendo un error, pero la hora de
los temores había pasado. Tenía que seguir su corazonada. Debía tener fe.
-El plan no es un fracaso absoluto- explicó. –Aunque es arriesgado, está
bien diseñado, y puede funcionar… siempre y cuando adelantemos los tiempos-.
Taddeus Damaris frunció el ceño.
-¿A qué se refiere, hermana?-.
-Si lo he entendido bien, su plan consiste en esperar hasta que el Líder
Vermisionario llegue para dirigir el ritual, y una vez reunidos para el
sacrificio los soldados se rebelen y ataquen a los herejes en lugar de
sucumbir, ¿no es así?-.
-Sí- admitió Damaris. -Ese era el plan. De hecho, hermana, teníamos la
esperanza de que fuera su liderazgo el que inspirara y uniera a las tropas-.
-Le agradezco su confianza, Interrogador. El problema es que si el Líder
Vermisionario está presente durante la rebelión, pedirá ayuda a sus aliados, y
ellos se personarán en el cuartel. Tienen instrumentos arcanos de
teleportación; ya los usaron en Morloss. Un grupo tan pequeño como el nuestro
no podrá derrotarlos a los tres a la vez y a todos sus esbirros. Pero si
adelantamos la rebelión un día, si alzamos en armas a los reclutas antes de que
empiecen los preparativos para el ritual, podremos engañar a los mandos
traidores y hacerles creer que se trata de un motín. Será entonces cuando las
fuerzas de la Guardia Imperial y las Tropas de Asalto Inquisitoriales deberán
atacar el cuartel desde el exterior. Al verse atrapados, los herejes pedirán
ayuda a sus superiores… y será el Líder Vermisionario el que acuda. Sólo él.
¿Estoy consiguiendo explicarme?-.
El Interrogador Damaris se frotó la barbilla. La hostilidad había
desaparecido de su mirada; un destello de astucia le brillaba en los ojos.
-Creo que ya la sigo, hermana. Si atacamos sólo a los milicianos herejes,
éstos pedirán ayuda al Líder Vermisionario, y éste se personará allí él solo,
creyendo que su presencia y la de sus brujos bastará para controlar la
situación. En cambio, si es el Líder Vermisionario quien pide ayuda, sólo podrá
pedírsela a sus compañeros del triunvirato, y es de esperar que si la situación
está tan grave como para que uno sólo no pueda controlarla aparezcan los tres-.
Alara sonrió y asintió.
-Bien- dijo Damaris, mirando a su alrededor. –Si nadie tiene nada que
oponer, no creo que cueste demasiado adelantar las cosas una jornada. Tendremos
que tenerlo todo preparado un día antes de lo planeado, pero creo que podremos
conseguirlo. Sólo hay una cuestión pendiente, hermana Alara; una vez llegue el
Líder Vermisionario, ¿qué ocurrirá?-.
La mirada de Alara se endureció.
-Yo lo mataré. Acabaré con él en persona-.
-No pretendo ofrenderla, pero, ¿está segura? En su visión la mataban…
-En mi visión me mataba el Saurosicario después de que el Deomecanicista
resucitara al Vermisionario. Antes de eso, yo lo había matado. Y lo mataré. En
Morloss se me escapó, pero juro por el Trono de Terra que no permitiré que
salga del cuartel con vida-.
La reunión se
prolongó durante varias horas más. Hasta el último detalle, hasta el problema
más nimio, tenían que quedar resueltos. Ya se había puesto el sol cuando Alara
y sus hermanas se despidieron de la concurrencia y partieron de vuelta rumbo al
hospital. Ninguno de ellos habló mientras Mathias conducía el coche blindado,
escoltado de nuevo por los Arbitradores. Llegaron al Santa Sybilla al caer la
noche.
-¿Crees que estaré
lista a tiempo?- le preguntó Alara a Valeria mientras subían en el ascensor.
-¿Para la misión,
te refieres?- preguntó ella, mordiéndose el labio. –Lo estarás, pero te va a
doler. Te fatigarás mucho. Y aún así, aunque físicamente estarás sana, tu
rendimiento corporal no tendrá nada que ver con el que tenías antes de entrar
en el hospital. Has perdido tono muscular, y te llevará días recuperarlo,
incluso después de recibir el alta-.
-Eso puede ser una
ventaja- puntualizó Octavia. –Si Alara mostrase las condiciones físicas de una Hermana
Militante en el cuartel, llamaría demasiado la atención. No pasaría por civil
ni por casualidad; los sargentos instructores se darían cuenta. De hecho, todas
tendremos que fingir ser mucho más torpes de inexpertas de lo que en realidad
somos. Alara no es precisamente experta en misiones de infiltración; estar en
verdad más débil será una ventaja. Y con el entrenamiento que imagino que nos
darán, podrá aprovechar la semana para volverse a poner a punto y recuperar
todas sus fuerzas-.
Mathias no dijo nada.
Cuando llegaron a
la planta cerrada, Valeria se fue a buscar las bandejas para la cena y Octavia
a cambiarse de ropa. Mathias también hizo ademán de retirarse, pero Alara lo
retuvo cogiéndolo de la mano.
-¿A dónde vas?-.
Él evitaba su
mirada.
-Al laboratorio.
Estaba pensando cenar allí. Tengo mucho que hacer, en realidad. Seguir con los
retrovirales para la cura. Supervisar la producción de diez mil unidades
suplementarias de vacuna- finalmente alzó los ojos hacia ella. El dolor latía
como lava ardiente en su mirada- diseñar pastillas de suicido asistido para que
si algo sale mal tengas una muerte fácil y rápida-.
Alara entrelazó su
mano con la de él.
-Mathias, no voy a
morir. Nada va a salir mal-.
-Pero si sale mal,
te suicidarás con mis pastillas- dijo él con voz hueca. -Tendré que fabricarlas
sabiendo que son para que puedas matarte-.
Alara lo atrajo
hacia sí, cerró la puerta y corrió el pestillo. Tal vez Valeria volviera antes
de lo esperado, pero en tal caso Alara esperaba que tuviera el sentido común
suficiente como para dar media vuelta y esperar un rato más. Y si no era así,
tampoco le importaba.
-No voy a morir-
le repitió, tomando su cara entre las manos. Por primera vez en mucho tiempo
estana tranquila. Ya no tenía ningún miedo. –Estoy cumpliendo lo que el
Emperador quiere de mí. Soy un instrumento de su voluntad. Mientras él esté
conmigo, no podrá pasarme nada malo. Me iré cuando él me llame a su lado, no
antes. Y aún no va a llamarme, porque si me ha enviado esta última misión es
porque aún no debo morir. Quiere que sobreviva. Y si esa es su voluntad,
entonces voy a sobrevivir-.
Atrajo hacia sí a
Mathias y lo besó. Él le devolvió el beso, pero Alara se dio cuenta de que
vacilaba. Cuando intentó desabotonarle la camisa, él se apartó.
-¿Qué te pasa?-
preguntó Alara, inquieta.
Mathias tragó
saliva.
-Yo… yo no…
-¿Qué es lo que te
ocurre?- Alara lo miró, tratando de leer la verdad en su expresión. -¿Por qué
me rechazas? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Acaso ya no sientes lo mismo?-.
Él enrojeció.
-No se trata de
eso. Todo sigue igual por mi parte. Te quiero. Pero es que ya no sé... no sé si
deberíamos… -sus mejillas se ruborizaron todavía más. –Quiero decir, aún estás
convaleciente, y además eres una elegida del Emperador… no sé si es adecuado
que tú y yo… que hagamos…
Alara lanzó un
resoplido.
-¿Ese es todo el
problema? A veces te comportas como un idiota, Trandor- lo atrajo hacia sí y
volvió a besarlo con avidez. -Un auténtico idiota-.
Mathias entrelazó
la mano en su cabello, con las mejillas aún enrojecidas y una mirada en la que
se mezclaban el deseo y la duda. Como si quisiera yacer con ella pero un temor
casi reverencial frenara sus actos. Alara lo agarró de la solapa de la camisa y
lo arrojó sobre la cama.
-Y como verás-
dijo, inclinándose sobre él antes de que pudiera levantarse- estoy
recuperándome muy deprisa. Sin ir más lejos, ya estoy más fuerte que tú-.
Cuando comenzó a
besarlo por el cuello y deslizó la mano por debajo de su vientre en una experta
caricia, Mathias se rindió sin oponer resistencia.
Los días que
restaban para la misión se hicieron muy cortos. Alara sufrió durante largas y
tortuosas horas las sesiones intensivas de rehabilitación mezcladas con varias
tandas de inyecciones de suero regenerador al día. Para colmo, cuando terminaba
el dolor comenzaba el entrenamiento; tenía que aprender técnicas básicas de
espionaje, camuflaje y manejo de ganzúas, por si acaso. También recibió
instrucción acerca de la Milicia Planetaria y fue sometida a un cambio de
aspecto, no demasiado radical, pero sí lo suficiente para no parecer lo que era.
La Palatina Sabina en persona envió su autorización para que Alara, Octavia y
Valeria se cambiaran el peinado reglamentario. La Inquisición quería que cuando
llegara el momento los reclutas del cuartel pudieran reconocerlas como Adepta
Sonoritas, de modo que se limitaron a dejarlas sin flequillo y a recortarles un
poco la melena. Octavia acabó con un desfilado bastante a la moda y Valeria con
el pelo recortado justo a la altura de las orejas; a Alara se lo dejaron tal
cual, porque Damaris no quería que nadie dudara cuando se revelase como la
Demonicida. Los tatuajes que decoraban sus cuerpos eran otra cuestión; tras una
breve reflexión, Kyrion y Damaris decidieron que todos los miembros del grupo
de infiltración fueran recubiertos de pies a cabeza por una capa de piel
artificial, que no sólo ocultaría tatuajes y cicatrices, sino que los
protegería contra cualquier agente contaminante y evitaría las heridas
superficiales.
Mikael, que no
había aparecido por el hospital hasta entonces, acudió tres días antes de la
misión, disculpándose por no haber ido a visitar a Alara.
-Lamento no haber
pasado por aquí, hermana- dijo. -Pero la Inquisición me necesitaba para otros
menesteres. Concretamente, para cargarme a distancia a los líderes militares
herejes de las fuerzas que cercaban Morloss. Ahora que hemos despejado la
ciudad y sus alrededores, creía que podría descansar un poco… -esbozó una
sonrisa torcida. -Iluso de mí-.
Alara también
sonrió.
-A pesar de ello,
te voy a pedir un favor a cambio- dijo.
Mikael enarcó una
ceja.
-Espero que no sea
un favor muy grande. Esta misma tarde tienen que rebozarme entero de
sinte-piel-.
-En absoluto-
replicó ella. -Sólo se trata de que hagas venir a una persona. Le pediría a
Mathias que hablara con Syrio Dryas, pero anda muy ocupado el pobre-.
La extrañeza de
Mikael se acentuó.
-¿Con Dryas? ¡Pues
vaya! ¿Y a quién quieres que traiga?-.
Los ojos del
asesino se abrieron sorprendidos cuando ella pronunció el nombre.
Aquella tarde fue
tan agotadora como de costumbre, aunque Valeria tuvo piedad de Alara y la
dispensó de la última inyección, en parte porque sus huesos estaban soldando
mejor de lo esperado y en parte porque la necesitaba fresca a la mañana
siguiente para que le colocaran la piel artificial. Tras la última sesión de ENM, la
llevó de vuelta a su habitación y cenaron juntas. Octavia y Mathias se les
unieron poco después. Alara estaba masticando el último bocado de una pieza de
fruta cuando sonaron golpes en la puerta.
-¿Quién será a estas
horas?- preguntó Mathias, desconcertado.
-No te preocupes-
respondió Alara, muy tranquila. –Estoy esperando una visita-.
Cuando el joven
abrió la puerta, se llevó una sorpresa mayúscula al ver allí al Legado Dryas,
seguido de cerca por el Magíster Baltazhar Astellas.
-Buenas noches-
dijo, asombrado. -¿Qué hacéis aquí?-.
-Eso quisiera
saber yo- dijo Syrio, entrando en la habitación. –La hermana Alara nos ha
pedido que viniéramos-.
Alara se puso en
pie.
-Buenas noches,
Legado Dryas. Magíster Astellas, ya no creí que viniera tan tarde-.
-El día y la noche
ya no se distinguen para mí, hermana- dijo Baltazhar, sonriendo con tristeza.
Sus ojos color índigo, de pupilas dilatadas, estaban perdidos en el infinito.
-Entonces, ¿sigue
sin ver?-.
-No he recuperado
la visión desde el ataque a Morloss- respondió el psíquico. A pesar de su
aparente serenidad, Alara se dio cuenta de que tragaba saliva. -Es el precio
que pagué por conservar la cordura después de… aquello-.
Penetró en la
habitación usando su báculo del Astra Telepática como bastón. La cabellera de
oro plateado parecía tan larga y brillante como siempre, pero Astellas había
perdido el porte majestuoso de antaño. Andaba algo encorvado, como si el peso
de los horrores que había vivido cayera sobre sus hombros.
-Lamento no haber
venido a visitarla- dijo. -Supuse que no le agradaría mi presencia-.
Alara se acercó a
él.
-Se equivoca,
Magíster Astellas. Su presencia no me desagrada. Ya no. El día de la rebelión
combatimos juntos. No tuve más remedio que confiar en usted, y usted tuvo que
confiar en mí. Eso fue lo que nos salvó a todos. Ninguno de nosotros dos habría
podido derrotar al Líder Vermisionario y a su coro de brujos impíos sin la
ayuda del otro-.
-Lo sé- dijo
Baltazhar, esbozando una leve sonrisa. -Pero jamás habría imaginado que usted
lo admitiría, hermana-.
Alara ya había
llegado frente a él. Lo miró con atención sabiendo que él no podía devolverle
la mirada. Notaba tras ella los ojos inquisitivos de Syrio Dryas, de Mathias y
de sus hermanas, pero no le importaba. Era como si una fuerza interior la
hiciera estar segura de lo que iba a hacer.
-Ahora le entiendo
mejor- dijo. -Veo su carga. Y su fuerza de voluntad para sorportarla. Doy
gracias al Emperador por no haber nacido psíquica. No puedo imaginar el horror
de saber mi alma en peligro todos los días y a pesar de todo mantenerme firme,
luchando por el Emperador, confiando en él, más alla del miedo y de la duda.
Veo su sufrimiento y me admiro por él, Magíster Astellas. El día que combatimos
juntos nos convertimos en hermanos de batalla. Hermanos en el Emperador-.
Y, ante la
sorpresa de los presentes, trazó con las manos el Signo del Aquila sobre
Baltazhar Astellas, mientras murmuraba en voz baja una letanía de bendición, y
lo besó en la frente.
El psíquico, que
no había podido verla, se quedó conmocionado. Su cuidada máscara de serenidad
se resquebrajó y una mezcla de asombro, incredulidad y emoción asomó a su
rostro. Se llevó la mano a la cabeza, como presa de un súbito mareo.
-¿Baltazhar?-
exclamó Syrio, adelantando el brazo para sujetarlo.
-No, estoy bien-
repuso Astellas, haciendo un gesto para rechazarlo. Entonces, se quedó inmóvil
y parpadeó. -Dios. Santo Dios Emperador. Lo he visto. He visto tu brazo
acercándose. -Miró a Syrio con una mezcla de maravilla y estupefacción. Las
pupilas se le habían contraído y su mirada volvía a estar enfocada en vez de
perdida en el infinito. -¡Te veo! ¡Veo la habitación! ¡Por el Trono, lo veo
todo!-.
Syrio miró a
Alara, que no parecía menos asombrada que los demás.
-¿Qué le ha
hecho?- espetó.
-Yo… yo no le he
hecho nada -balbuceó Alara. -Sólo he hecho el Signo del Aquila y lo he
bendecido-.
El Legado la
miraba en silencio, igual que hacían Octavia, Valeria y Mathias. Cualquiera
habría dicho que a sus amigos se les había olvidado cómo hablar.
-Le aseguro no he
hecho nada más- insisitó.
Baltazhar,
demasiado emocionado para contenerse, la tomó de las manos. Los ojos le
brillaban.
-Usted me ha
devuelto la vista, hermana. ¡Es un milagro!-.
-En realidad,
podría tener una explicación lógica- intervino Mathias, recuperando el habla.
Vacilante, se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz antes de continuar.
-Su ceguera es… era psicosomática, Magíster Astellas, causada por el shock de las
terribles visiones que tuvo que soportar y por el trauma de sentir su cerebro
mancillado por los recuerdos. Si lo que su alma esperaba era un signo de
absolución por parte del Emperador para mostrarle que está limpio de toda
mácula, es posible que la bendición de una Hermana del Sororitas haya sido
justo lo que su mente necesitaba para superar el trauma y sanar-.
-Tal vez- dijo
Syrio con tono neutro. A Alara no le pasó desapercibida la mirada de soslayo
que intercambió con Mathias. -No nos corresponde a nosotros decidir. Sea como
sea, Baltazhar ha recuperado la vista gracias a usted, hermana Alara. Se lo
agradezco-.
-De nada-
respondió ella, aún confusa.
“¿He sido yo?” se
preguntó. “¿Es cierta la hipótesis de Mathias, o realmente el Emperador ha
actuado a través de mí, de alguna forma?”.
-¿Por qué me pidió
que viniera?- preguntó Astellas de forma abrupta.
-¿Cómo dice?-
preguntó Alara.
-Usted me ha
pedido que viniera- insistió el psíquico. -¿Sabía que iba a pasar esto?-.
-No tenía ni la menor
idea- reconoció ella con honestidad. -Sólo quería verle para darle las gracias,
para decirle que reconocía y respetaba su sacrificio en nombre del Emperador.
Voy a partir a una misión peligrosa, y aunque confío en que regresaré sana y
salva, quería decírselo antes de irme. A decir verdad, ni siquiera sabía muy
bien qué le iba a decir. La idea de bendecirlo me ha salido espontáneamente,
sin pensar-.
Syrio Dryas
continuaba mirándola con fijeza, aunque no era fácil adivinar lo que pensaba
por su expresión.
-Me alegro de que
haya tenido otra de sus brillantes ideas, hermana- le dijo. -Sólo puedo esperar
que siga estando igual de inspirada durante la misión. Si es así, será una
suerte trabajar a su lado-.
Las horas volaban
a medida que se acercaba el fin de la cuenta atrás. Al día siguiente de la
visita de Syrio y Baltazhar, el equipo de Hospitalarias de Valeria revistió el
cuerpo de Alara con una capa de piel artificial que iba desde la raíz del cabello
a la planta de los pies. El material se adhirió a su cuerpo como un guante,
cubriendo todas sus cicatrices y haciendo desaparecer sus tres tatuajes: la
rosa espinada del hombro izquierdo, la flor de lis del hombro derecho, y el
águila bicéfala en la parte baja de la espalda.
-De aquí a doce
horas, se habrá irrigado con tu sangre y estará tan cálida como tu cuerpo- le
explicó Valeria. -No nos restará sensibilidad, pero tampoco dolerá si te la
desgarran. Pasará inadvertida en cualquier examen médico superficial-.
Después de Alara
le tocó el turno a Octavia, a Mathias y finalmente a la propia Valeria, que
aquella noche fue la última del grupo en revestir su cuerpo con aquella segunda
piel.
Syrio Dryas, el
jefe de la operación Aquila, reunió a los tres equipos la mañana de la
inserción para darles una última charla y entregarles el material. Alara acudió
con sus hermanas y Mathias a la misma sala del hospital donde había tenido
lugar días atrás la reunión del Ordo Xenos. Todos estaban allí: Damian, Bruno,
Mikael, Phoebe, Samantha y Robert. En pie, a cierta distancia del grupo,
aguardaban los psíquicos y los tecnosacedotes: Dymas, Baltazhar, Ophirus y
Corban.
-La inserción
tendrá lugar esta misma noche- anunció Syrio. -Cuando llegue el amanecer, todos
nosotros deberemos estar en Forestad. En algún momento del día, aparecerá el
grupo de reclutación hereje: nuestro primer objetivo será que todos y cada uno
de nosotros terminemos dentro de los furgones de reclutamiento, ya sea juntos o
por separado. Lo ideal sería que Aquila Uno y Dos fueran reclutados juntos, al
completo y de manera independiente, pero lo principal es que los herejes no
sospechen de nosotros. Recordad lo que somos: civiles indefensos, sin formación
militar alguna, que nos conocemos entre nosotros y tenemos cierta amistad. De
modo que vamos a actuar como tales; a partir de ahora, se terminaron las
formalidades, los títulos y los rangos. Octavia, tú la primera, ven aquí-.
Octavia se levantó
de la silla y se acercó al Legado.
-Dime, Syrio-.
Dryas le tendió un
bolso.
-Aquí están las
partes más importantes de tu disfraz: documentación, dinero en efectivo, llaves
de tu supuesta casa, pañuelos de papel y maquillaje barato; lo que cualquier
mujer llevaría en el bolso. Todos llevareís más o menos lo mismo, aunque con
ligeras variaciones: algunos tenéis títulos de transporte caducados, golosinas
o varillas de lho; los hombres lleváis una petaca medio llena de sacra en vez
de maquillaje. Es recomendable que mostremos confusión, miedo y cierta
resistencia, pero no agresividad. ¿Me habéis entendido? -su mirada recorrió el
grupo, deteniéndose especialmente en las tres Sororitas.- No me importa lo que
veáis, lo que sintáis o lo que los herejes hagan con los civiles: no os
enfrentéis a ellos. Iremos desarmados, como es lógico, y aunque algunos de los
aquí presentes sean armas en sí mismos, harán bien en recordar que si muestran
aunque sólo sea un mínimo del potencial combativo que tienen, habrán dado al
traste con la operación-.
Alara asintió al
igual que el resto, aunque no pudo evitar que su ceño se frunciera un poco. Sin
duda, lo más difícil de la misión no iban a ser los peligros, la infiltración
ni el combate, sino tener que fingir debilidad ante una repugnante caterva de
traidores y tener que soportar sus abusos y herejías sin poder hacer
absolutamente nada.
-Todos nosotros
llevaremos material extra- continuó Syrio.- Según la General Bauer, es de
esperar que los reclutadores nos cacheen antes y después de llegar al cuartel,
y una vez allí nos harán desnudarnos, revisarán nuestros efectos personales y
nos harán un breve examen médico. Se trata del protocolo estándar de la
Milicia, y no tenemos motivos para pensar que los herejes no vayan a llevarlo a
cabo. Así que el transporte de este material extra resultará un poco incómodo
para todos. Especialmente para los hombres-.
Abrió un maletín y
les mostró dez cilindros plateados de dos dedos de grosor, con bordes suaves y
pulidos, con un pequeño cordel en la base.
-En total, dentro
de los cilindros llevaremos dos balizas de localización: una de señal psíquica
y otra de radiofrecuencia, dos juegos de ganzúas, goma explosiva, gel expansivo
y un comunicador de frecuencia corta para cada uno. Inserción vaginal para las
mujeres y anal para los hombres; será necesaria una lavativa y no ingerir
ningún alimento sólido después del almuerzo. Recordad que lo hacemos por
nuestro Dios Emperador -agregó, esbozando una sonrisa torcida. -Además, también
llevamos dos tipos de pastillas, preparadas ex profeso por el doctor Trandor:
las blancas con forma romboide son anfetaminas, por si acaso fuera necesario
pasar varias noches sin dormir o resistir un esfuerzo físico prolongado e
intenso. Las negras con forma romboide son las píldoras de suicido asistido,
diseñadas para provocar una muerte indolora en poco más de un minuto-.
-En realidad
tienen dos fases- explicó Mathias, cuya sombría mirada desmentía su apariencia
serena. -Provoca la inconsciencia en un período de diez a veinte segundos,
dependiendo de la resistencia de cada cual. Quince segundos más tarde los
músculos se paralizan, y la parada cardio-respiratoria tiene lugar entre
cuarenta y sesenta segundos después. La idea es que cuando la toxina comience a
actuar de verdad, el usuario ya no pueda sentir nada-.
Syrio asintió con
la cabeza en ademán aprobador y volvió a dirigirse al grupo.
-Una vez lleguemos
al cuartel sin incidencias, el punto de encuentro será la cantina durante el
primer rato libre que tengamos, y si no la hubiera, la puerta del comedor al
terminar la primera comida que hagamos. Si nos asignaran a puntos diferentes
del cuartel y fuera imposible encontrarnos, usaremos los comunicadores, pero no
antes. Recordad que no debemos usarlos si no es imprescindible; los herejes
podrían rastrear nuestra frecuencia. Las probabilidades de que intercepten la
señal son bajas, pero existen. Una vez nos hayamos reunido, sabiendo ya cómo
están las cosas sobre el terreno, veremos cómo podemos comenzar la siguiente
fase del plan. Bien; ¿alguna pregunta?-.
Todos se
mantuvieron en silencio.
-Muy bien,
entonces se disuelve la reunión. Tiempo libre hasta las veinte horas estándar,
cuando los grupos Aquila Uno y Dos debemos encontraron en el punto de reunión,
que será precisamente esta sala. La salida está prevista a las veinte horas y
quince minutos. Que el Emperador Inmortal de la Humanidad nos bendiga a todos-.
Alara temía la
despedida de Mathias, pero el joven se mostró tan sereno como cabía esperar.
Comieron juntos, solos, en la habitación de Alara. Valeria había firmado el
alta esa misma mañana. Cuando llegó el momento de partir, Mathias la cogió de las
manos y la miró a los ojos.
-Prométeme que
volverás-.
-Volveré- le juró
ella.
Él estrechó sus
dedos entre los suyos.
-Sé que lo harás.
Eres fuerte, lista y valerosa, y el Emperador está contigo. Pero Alara,
escúchame, si algo sale mal, si por cualquier motivo te atrapan… trágate la
pastilla sin vacilar. No te dolerá, lo juro. Tómatela, aunque nos mates a los
dos. No dejes que te cojan viva…
Mathias se calló
al sentir que la voz se le quebraba. Un brillo húmedo empañó sus ojos, y
rápidamente se quitó las gafas para frotarse los párpados.
-Me prometí que no
pasaría esto- murmuró, con la voz firme de nuevo. Volvió a colocarse los
anteojos. -Confío en ti, Alara. Es sólo que…
-Lo entiendo- le
interrumpió ella, y sonrió. -Si estás preocupado, reza por mí; es toda la ayuda
que necesito. Donde quiera que nos lleven, mi corazón estará contigo-.
-Y el mío contigo,
Alara- musitó él. -Siempre-.
Los dos se
fundieron en un estrecho abrazo y sus labios se unieron en un beso cargado de
pasión.
-Hasta pronto- le
dijo Alara con dulzura, acariciándole la mejilla. Luego, se llevó las manos al
pecho y entrelazó los pulgares haciendo el Signo del Aquila. -Ave Imperator-.
-Ave Imperator-
respondió Mathias, repitiendo el gesto. -Buena suerte, Alara-.
A las veinte horas
y tres minutos, todos habían llegado ya al punto de encuentro. Syrio hizo una
rápida revisión para asegurarse de que tenían todo el equipo en orden y los
condujo al ascensor. Descendieron hasta el nivel inferior del aparcamiento
subterráneo del hospital, donde dos coches blindados de aspecto civil los
estaban esperando. Alara subió con el resto de Aquila Uno: Valeria, Octavia,
Mikael y el padre Bruno.
El coche blindado
dejó atrás el hospital, rumbo a la base militar de Morloss. Cruzaron el puente
oriental sobre el estuario, y por primera vez desde el día de la infección,
Alara abandonó la isla Zarasakis. Aunque contuvo la tentación de mirar atrás,
no pudo evitar preguntarse si volvería a verla, al igual que a Mathias, que se
quedaba allí. Enfilaron por una avenida que a aquellas horas estaba desierta,
debido al toque de queda. Todavía quedaban algunos vehículos averiados junto a
las calles, restos de las explosiones que los servidores del Administratum aún
no habían podido retirar. Algunas casas tenían luces tras las ventanas, pero la
mayoría estaban a oscuras, en silencio. Era imposible saber si sus habitantes
dormían, habían huido o estaban muertos. El convoy avanzó raudo y furtivo como
las sombras, dejando atrás las marcas de ruina y desolación que aún herían la
ciudad.
Las ordenanzas de
guerra prohibían el alumbrado nocturno, pero los faros de los coches iluminaban
las fachadas de las calles con claridad. Al girar por una esquina, cercana ya a
la ciudadela, Alara vio por un instante el muro de una finca medio derruida,
con una pintada junto a lo que había sido una tienda de comestibles. Las
palabras “ABAJO EL IMPERIO EXPLOTADOR. VIVA EL MOVIMIENTO LIBERTADOR”, en
blanco, estaban tachadas por una cruz roja cuya pintura había corrido pared
abajo como si fuera sangre. Justo arriba, alguien había escrito otro mensaje,
con letras rojas y sangrantes: “LIBERTADOR ASESINO. LA DEMONICIDA VIVE”.