A fe y fuego

A fe y fuego

martes, 18 de abril de 2017

Capítulo 33



A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Mathias jamás había imaginado cómo sería tener la responsabilidad de cargar sobre sus hombros el destino de todo un planeta. Sabía que los inquisidores convivían a diario con ello, y no los envidiaba. Ahora, menos que nunca. Porque ahora conoce la sensación.
Por fin ha aislado la cepa. Por fin cree haber encontrado la vacuna. Tras días enteros durmiendo cuatro horas cada noche, aguantando el ritmo gracias a una mezcla de fármacos estimulantes y pura fuerza de voluntad, trabajando sin descanso al frente del equipo de expertos del Adeptus Medicae, al fin lo ha conseguido. Tiene listos los primeros prototipos.
El problema es que el virus es difícil de manejar. No se trata de un patógeno normal, sino de un organismo maligno, psicoactivo y muy potente, creado por la corrupta mano del Caos. Mathias ha estado estudiándolo lo suficiente como para saber que la línea entre la inmunización y la infección es demasiado delgada. Con la asistencia de los Magos Biologis, han creado tres prototipos, tres versiones de la vacuna con distintos grados de debilitamiento viral y diferentes excipientes. Sobre el papel, son las opciones más viables, pero no hay forma de saber con certeza si funcionarán hasta que las prueben.
Ha llegado la fase del ensayo clínico.
Valeria y su escuadra de Hospitalarias aguardan ya en la sala de aislamiento número cuatro. Mathias sabe lo que va a encontrar cuando entre, pero no por ello le impresiona menos. Abre la puerta seguido por un servidor sanitario, cuyos brazos biónicos sostienen una caja sellada y esterilizada con las muestras.
La sala es grande, toda pintada de blanco, tan fría como la luz que la ilumina. Además de las Hospitalarias con traje de aislamiento biológico, en la sala hay sesenta pacientes, todos ellos sedados e intubados, inmóviles en sus camillas. Hay tantos hombres como mujeres, todos ellos de edades comprendidas entre los dieciocho y los sesenta años estándar. Ninguno se encuentra ahí por propia voluntad. Nadie en su sano juicio se habría presentado voluntario para correr un riesgo semejante.
Mathias se pone los guantes quirúrgicos estériles, haciéndolos chasquear contra su piel. El dolor no le molesta; le ayuda a sentir que lo que le rodea es real.
“Al menos, ninguno tiene familia”, se dice.
Ese fue uno de los requisitos que exigió. Pacientes heridos durante los atentados de Morloss cuya vida no corriera peligro, que no sufrieran enfermedad alguna y sin cargas familiares. Ninguno tenía padres, hijos o pareja formal, o bien los habían perdido durante la revuelta. Eso atenúa un poco los nervios y el resquemor de Mathias ante lo que va a hacer. Sólo un poco, no del todo.
-Grupo Uno- dice. – Muestra A-.
Las Hospitalarias toman las muestras y se reparten entre las veinte primeras camillas. Con una pistola inyectora, inoculan la vacuna a todos los sujetos en menos de un minuto. Después, introducen una nueva ampolla en el mecanismo de inyección. Mathias observa cómo los fluidos que corren por los tubos de los goteros cambian de color cuando los pacientes abandonan la sedación y caen en un estado de semi inconsciencia. Traga saliva.
Una mujer joven, de unos veinticinco años, es la primera en ponerse a gritar. Abre desmesuradamente los ojos, y de su boca emerge un angustioso quejido. La Hospitalaria más cercana a ella la pincha en el brazo sin vacilar y aprieta el émbolo de la pistola de inyección. Al instante, los ojos de la desdichada paciente se quedan en blanco. Mientras la Hospitalaria hace la Señal del Aquila y murmura la plegaria de la Paz del Emperador, el cardiograma y el neurograma emiten un pitido de advertencia y se quedan planos. La mujer ha muerto.
Mathias siente que un sudor helado le corre por la espalda cuando, a lo largo de la hora siguiente, la escena se repite en todas las camillas. Uno a uno, los pacientes sucumben a la infección, algunos antes y otros después. Ante los primeros síntomas, las Hermanas Hospitalarias administran la Paz del Emperador a los sujetos sin vacilar. Mathias sabe que es necesario, que no pueden permitir que la corrupción tenga lugar y los pacientes pierdan el alma además de la vida, pero la escena le produce escalofríos. Al cabo de hora y media, todo el Grupo Uno está muerto.
Tras retirar los cadáveres por un conducto que conduce directamente al tanque de desinfección y al horno crematorio, comienzan los ensayos clínicos con el Grupo Dos. Esta vez, los resultados tardan más en llegar. Todos los pacientes, apenas conscientes, se mantienen en un sereno estado de duermevela tras recibir la inyección. Pasa una hora. Pasan dos. Mathias comienza a suspirar de alivio. Está a punto de proponer una pausa para comer, cuando un hombre de cincuenta años comienza a gemir y a gorgotear. Un leve vistazo de Valeria basta para que la joven apoye el inyector en el brazo del paciente y lo mate sin vacilar.
Nadie más se mueve ni gime en las camillas, pero Mathias no se atreve a abandonar la sala. Cualquier resquicio de apetito que hubiera podido sentir se ha convertido en náuseas. Aguardan. Valeria, que no puede tocarlo por razones de asepsia, lo mira a través de su máscara de aislamiento y le hace un leve gesto de asentimiento con la cabeza. “Estamos haciendo lo correcto”, parece decir, pero eso no le hace sentirse mejor.
El virus tarda más en actuar en esta ocasión, pero siete horas más tarde de la primera inyección, todos los pacientes del Grupo Dos han corrido la misma suerte que los del Uno. Para entonces, Mathias ya no puede disimular el temblor de sus manos, y aprovecha un breve descanso yendo al baño para tragar una dosis de tranquilizantes. Cuando siente que su corazón se sosiega un tanto, vuelve a la sala de aislamiento, tratando de no seguir dándole vueltas al hecho de que acaba de provocar la muerte de cuarenta personas. Aún quedan las veinte dosis de la Muestra C.
Los pacientes inyectados están tranquilos, pero Mathias ya no se fía de las apariencias después de ver lo que ha pasado con el Grupo Dos. Los Treses se mantienen estables durante una hora, dos, tres. Mathias siente que los párpados le tiemblan y a regañadientes acepta la proposición de Valeria, que suena casi como una orden, de irse a descansar un poco. Al principio no cree que pueda quedarse dormido, pero en un momento determinado sus ojos se cierran y se sume en un sueño intranquilo, poblado de pesadillas. Durante la última ensoñación, su cerebro lo devuelve a la sala de aislamiento, y una de las pacientes que convulsiona entre gemidos sobre una de las camillas es Alara. Se despierta de golpe, llevándose las manos a la boca para no lanzar un grito.
Cuando regresa de verdad a la sala, Valeria tiene buenas noticias. Ningún paciente ha mostrado signos de infección desde que él se ha marchado. Algunos han tenido picos de fiebre y una leve inflamación en la zona del pinchazo, pero eso ha sido todo. Doce horas más tarde, las Hospitalarias extraen una muestra de sangre a los pacientes y Mathias las analiza una a una sin quitarse el traje de aislamiento biológico. Cuando mira por el microscopio, el aliento se entrecorta en su garganta por el alivio.
Anticuerpos. El Grupo Tres ha generado anticuerpos.
Las siguientes horas son de lo más movidas. Se hacen nuevos ensayos clínicos con la Muestra C, todos ellos exitosos. Nadie se contagia, todos se inmunizan. Comienzan las pruebas con niños, ancianos y enfermos. Mathias tiene el funesto presentimiento de que alguno de ellos se infectará, pero por fortuna se equivoca. Cuarenta y ocho horas más tarde, el anuncio se hace oficial y todos los Templos Biologis del Culto Mecánico comienzan a producir en masa la vacuna.
La alegría contagia a todo el mundo. A todos, menos a Mathias. Valeria se da cuenta de que la sonrisa de su amigo es forzada, porque se acerca a él y le pregunta qué es lo que le preocupa.
-¿De veras no lo sabes?- susurra él con amargura. -Cuarenta personas han muerto durante los ensayos clínicos-.
-Sí, y gracias a ello hemos encontrado la vacuna-.
-Pero eran inocentes…
-Eran mártires- afirma Valeria, y Mathias ve en ella una férrea convicción que hasta ahora sólo había vislumbrado en Alara. -Han dado su vida por el Imperio. Gracias a su sacrificio, millones de personas vivirán, y los planes de los herejes habrán fracasado-.
-Nadie les preguntó si aceptaban el martirio-.
-No era necesario. Para cualquier ciudadano imperial, el más alto honor y el mayor orgullo consiste en dar la vida por el Dios Emperador- replica ella con rotundidad.
Mathias la mira con tristeza.
-Tienes razón, por supuesto. Pero, ¿de verdad no sentiste tener que matarlos? ¿Ni un sólo momento?-.
Valeria se encoge de hombros.
-No fue agradable, pero era lo mejor para ellos. Les administramos la Misericordia del Emperador antes de que la mácula del Caos corrompiera sus almas; su muerte les ha otorgado un lugar al lado de nuestro Divino Padre. Es mejor perder la vida que perder el alma. Este sacrificio era necesario para obtener la vacuna, lo sabes tan bien como yo-.
Mathias se echa el pelo hacia atrás y contiene la mueca de amargura que asoma a sus labios.
-Lo sé. Lo sabía. Y si hubieran sido herejes o traidores, no les dedicaría ni un pensamiento más. Pero eran inocentes, Valeria, y yo los envié a la muerte. Había que encontrar la vacuna a cualquier precio, y el precio fueron ellos. He sacrificado a ciudadanos inocentes, aunque fuera salvar más vidas. ¿Acaso no he actuado como una mala persona?-.
-No- responde Valeria, mirándolo con sus ojos claros. -Has actuado como un inquisidor-.


 
A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


A la hora de comer, la temperatura corporal de Alara había vuelto a la normalidad y el dolor casi había remitido. Las sábanas de la cama estaban húmedas de sudor, y Valeria dio orden de que las cambiaran mientras Alara se metía en el baño y se daba una buena ducha.
La joven Militante no recordaba la última vez que se había dado un baño tranquilamente y a solas. Poder limpiarse por sí misma, sin que el cuerpo le doliera y las rodillas se le doblaran de debilidad, fue tan vivificante como la mejor de las medicinas. Anhelaba volver a vestirse con el hábito de su orden, pero Mathias le dijo que, por seguridad, las tres deberían vestir ropas civiles para asistir a la reunión.
-Ya es bastante riesgo sacarte del hospital- dijo. -No quiero que llaméis la atención, así que ninguna de vosotras vestirá como una hermana del Adepta Sororitas-.
Él tampoco iría ataviado como un Acólito de la Inquisición; el Adeptus Arbites le había hecho llegar un uniforme de su talla, con casco y armadura caparazón, que Mathias vistió para confundirse con los otros dos agentes del Adeptus Arbites que iban a escoltarlos.
Dejaron el hospital a las cuatro en un vehículo civil que no parecía tener nada de particular, aunque tanto la carrocería como los cristales tenían blindaje suficiente como para protegerlos de un bólter pesado. Dos Arbitradores en motocicleta partieron con ellos; uno abría camino por delante y el otro los seguía por detrás.
-¿A dónde vamos?- preguntó Alara mientras se ponían los cinturones de seguridad.
-Al Palacio Episcopal- contestó Mathias.
Incluso en medio de la isla Zarasakis, el distrito más lujoso de Morloss Sacra, las huellas de la guerra eran evidentes. A lo largo del camino, Alara vio los estragos de la artillería enemiga en muchos edificios de viviendas, la mayoría de ellos dañados y unos cuantos derrumbados. Las arcadas rotas, las aristas góticas quebradas y los boquetes abiertos en la piedra negra daban a los edificios el aspecto de barras de chocolate medio derretidas al sol, aunque el cielo sobre la ciudad seguía nublado y sobre los cristales del coche repiqueteaba la lluvia.
-Ya no hay combates- comentó Mathias mientras giraba por una maltrecha avenida que sólo tenía un carril habilitado para el tránsito. -Hace más de una semana que conseguimos expulsar a los herejes de las proximidades, y ahora Morloss Sacra se ha convertido en zona de retaguardia. Aun así, el Ordo Hereticus nos ha advertido que hay espías y agentes enemigos infiltrados en la ciudad. Su principal cometido es encontrarte, Alara; saben que sigues viva-.
-Ni siquiera constas con tu nombre auténtico en el registro de pacientes del hospital- añadió Valeria. -Fue de las primeras medidas que se tomaron. Nadie sabe que estás ingresada en el Santa Sybilla, aparte del personal de nuestra planta-.
Alara se mantuvo en silencio mientras observaba los estragos que la guerra había hecho en la hermosa ciudad, en el lugar más santo de Vermix. De pronto, se dio cuenta de que aquella calle le resultaba familiar, y unos segundos más tarde cayó en la cuenta: aquella era la avenida del Coronel Hausser, la misma en la que había combatido mano a mano con los Frateri Militia y se habían introducido alcantarillas abajo. Emitió una plegaria silenciosa por todos los inocentes que habían muerto allí, mientras el coche se dirigía hacia la avenida del General Kareman, la ruta más directa hasta la Plaza del Emperador.
Al llegar a la plaza del General, vio la rotonda donde se habían reunido los brujos, la estatua decapitada del militar y el edificio derrumbado donde ella misma había estado a punto de morir sepultada por los escombros. Habían retirado los suficientes cascotes para abrir un único carril de circulación en ambos sentidos. Mientras el coche giraba por la rotonda, Alara se dio cuenta de algo extraño: de las farolas, de las ramas de los árboles, incluso en las ventanas de las viviendas que aún quedaban en pie, había colgadas multitud de flores rojas. La mayoría eran rosas; el resto, algún tipo de flores autóctonas cuyo nombre Alara no recordaba. De los mismos cordeles que ataban las flores, también habían colgado símbolos religiosos: águilas imperiales, íes eclesiásticas y flores de lis.
-¿Qué son todos esos colgantes?- preguntó Alara, extrañada.
-Plegarias y ofrendas- respondió Octavia- en honor a la Demonicida-.
-¿Estás diciendo que todo eso es por ?-.
Mathias sonrió mientras maniobraba para dejar atrás la plaza.
-Eres una heroína imperial, ¿recuerdas? El obispo Theocratos pidió a toda la población que rezara por ti. Los fieles de Morloss peregrinaban hasta la plaza donde caíste y colgaban amuletos con oraciones escritas para rogar que te recuperases. Las flores rojas son por la Rosa Ensangrentada. A juzgar por el resultado, parece que sus ruegos tuvieron respuesta-.
Alara jamás se había sentido tan sobrecogida, ni siquiera el día de su consagración. Dirigió la vista atrás, echando una última mirada a los colgantes que se movían en el aire, suavemente mecidos por el viento, y a las flores que se marchitaban lentamente bajo la lluvia. Volvió a rezar en silencio, esta vez para rogar al Emperador que le permitiera estar a la altura de las esperanzas que todas aquellas personas habían depositado en ella.


El coche llegó sin contratiempos al Palacio Episcopal. Cuando Mathias aparcó en el garaje y bajaron del vehículo, una escolta los estaba esperando. En aquella ocasión no eran Adeptus Arbites, sino soldados de la Guardia Imperial. El sargento que los comandaba se cuadró ante Mathias y los acompañó hasta un amplio rellano situado en el segundo piso. Alara se maravilló al ver los frescos de las paredes, que representaban exquisitas imágenes religiosas, y los dorados del techo y las columnas. El mármol negro y verde del suelo emitió un eco sordo bajo las pisadas del grupo mientras se dirigían a una puerta de doble hoja, recubierta con pan de oro y decorada con palomas y querubines en relieve.
Al traspasar la puerta, entraron en una sala circular, toda mármol y volutas doradas, en cuyo centro había una mesa ovalada con la mayor parte de las sillas ocupadas. Alara distinguió en seguida a varios agentes de Ordo Hereticus que ya estaban allí: el Interrogador Damaris, el Legado Dryas y el Magíster Molocai. También estaban el Tecnomago Corban Wyllard y el Interrogador Melacton Kyrion, que les presentó a los demás miembros de la reunión. Todos eran altos cargos militares: el Teniente General Grenobius de la Guardia Imperial, la General de Brigada Mara Bauer de la Milicia Planetaria, el Vicealmirante Walter Thraum de la Armada Imperial, el Contraalmirante Julius Vernal de la Marina Imperial, y la Coronel Jennyfer Braxtina de Inteligencia Imperial. Todos ellos saludaron con una inclinación de cabeza a Mathias y a las tres Sonoritas.
-Todos ustedes conocen ya los antecedentes- dijo Kyrion, tomando asiento. -Se les ha informado de cuáles fueron las conclusiones más importantes en la última reunión de los Ordos Inquisitoriales. Antes de nada, escucharemos la predicción efectuada por nuestro Vidente, el Magíster Dymas Molocai, que nos confirmará hasta qué punto son certeras las hipótesis del Legado Trandor y la hermana Alara sobre los planes de los herejes-.
Se sentó. Todos miraron a Molocai, que portaba una túnica rojo oscuro con el emblema del Adeptus Astra Telepática en hilo dorado. Parecía cansado y más pálido que de costumbre; sus tatuajes de protección arcana destacaban como negras patas de araña sobre su piel blanquecina. Entrelazó los huesudos dedos de las manos antes de comenzar a hablar.
-El Legado Trandor y la hermana Alara estaban en lo cierto- dijo. –Los herejes están haciendo falsos reclutamientos en nombre de la Milicia Imperial en numerosas zonas rurales de Kamrea, aunque desconozco el número exacto de gente que se han llevado-.
La Coronel Braxtina alzó una mano.
-Disculpe la interrupción, pero la General Bauer y yo hemos podido acotar una cifra. Calculando la cantidad de desfases entre reclutamientos programados y poblaciones donde nos hemos encontrado que los jóvenes locales ya habían desaparecido, hay un mínimo de diez mil personas reclutadas irregularmente. Por desgracia, todos los archivos referentes a dichos reclutamientos se han borrado o extraviado de los Ayuntamientos locales, de modo que no podemos saber qué unidad o unidades los llevaron a cabo. Si es que realmente fueron unidades de la Milicia y no simples herejes disfrazados, por supuesto-.
-El tarot imperial avisa de una traición interna- dijo Molocai con voz pausada. –Una traición dentro de nuestras propias filas-.
-No me extraña- dijo el General Grenobius, frunciendo el entrecejo. –Si estos reclutamientos irregulares aún no habían salido a la luz y encima los archivos se han borrado, es que también tenemos traidores o herejes infiltrados en el Administratum, en el Adeptus Mechanicus, o en ambos lugares. La cosa es más peliaguda de lo que parecía-.
-Si tienen la bondad de dejarme terminar… -la voz de Molocai tenía una ligera nota de impaciencia. Grenobius se calló y asintió para indicarle que continuara. –Las cartas afirman que el siguiente reclutamiento tendrá lugar dentro de siete días. Será el último de ellos. Una semana más tarde, los designios de los rebeldes se habrán cumplido y una gran traición despertará en las filas de la Milicia. Los cielos, los mares y la tierra se levantarán contra nosotros. El Espacio Disforme se abrirá y un miasma impío y corrupto se extenderá sobre Vermix, plagado de locura y desolación… -se interrumpió un instante y tragó saliva. -Pido disculpas. No fui capaz de ver más allá. Mi mente no lo hubiera soportado-.
El Interrogador Damaris estaba más serio que una estatua del Emperador cuando miró al Vidente.
-¿Ha podido averiguar dónde será ese último reclutamiento, Magíster?-.
-No conozco el nombre del lugar, pero durante la visión, mi dedo se posó en un punto del mapa- se sacó del bolsillo un papel plegado que mostraba un viejo mapa de Kamrea. –Es aquí-.
La General Bauer se acercó a mirar.
-El punto está muy cerca de Forestad, una población rural del centro norte de Kamrea- echó un breve vistazo a su placa de datos. -Según me consta, las partidas de reclutamiento aún no han pasado por allí. No estaba previsto que lo hicieran hasta el próximo mes, en caso de que no hayamos conseguido derrotar a los herejes para entonces-.
-Todo va a ir conforme a lo previsto, entonces- dijo el Interrogador Kyrion. –Supongo que podemos pasar a exponer los detalles de nuestro plan-.
Damaris se levantó.
-Lo que estamos hablando ahora es alto secreto. Todos los presentes lo saben, pero insisto en la necesidad de que no comenten ni el más nimio detalle con nadie fuera de esta sala. De hecho, por lo que al resto del mundo respecta, esta reunión ni siquiera ha tenido lugar, y la operación de la que vamos a hablar no figurará en ningún archivo. Cualquiera que filtre el menor retazo de información será declarado Traitor Excomunicatus y condenado a muerte por la Sagrada Inquisición-.
Alara guardaba silencio, atenta a las palabras del Interrogador. Mathias estaba en lo cierto: ya existía un plan. Y tendría que averiguar cuál era el punto débil para evitar que fracasara sin remedio.
-El nombre en clave de la operación será “Aquila”. Constará de tres fases y de tres equipos de operaciones; dos internos y uno externo. Los equipos internos, a los que llamaremos Aquila Uno y Aquila Dos, formarán el que a partir de ahora llamaremos “grupo de infiltración”. La misión de los agentes infiltrados consistirá en hacerse pasar por ciudadanos civiles de Forestad y ser reclutados por los herejes. El equipo externo, al que llamaremos Aquila Tres, tendrá el cometido de establecer contacto con los infiltrados y prestarles asistencia externa para que consigan llevar a cabo la misión con éxito. El equipo Aquila Uno estará formado por la hermana Alara Farlane, la hermana Octavia Branwen, la hermana Valeria Marlow, el padre Bruno Drayven y el Sicarius Mikael Skyros. El grupo Aquila Dos estará formado por el Legado Syrio Dryas, el Teniente Robert Travis y los Acólitos Damian Vogel, Samantha Anterrax y Phoebe Aberlindt. El grupo Aquila Tres, de apoyo externo, estará formado por el Legado Mathias Trandor, el Tecnomago Corban Wyllar, el Visioingeniero Ophirus Crane y los Magistri Dymas Molocai y Baltazhar Astellas-.
Alara tuvo que esforzarse por permanecer impávida. Por un lado, la aliviaba que Mathias quedara fuera de la parte más peligrosa de la operación, pero por otro le desagradaba saber que debería trabajar hombro con hombro junto a la Adepta Aberlindt. Alejó aquellos sentimientos de su mente para seguir prestando atención a lo que decía el Interrogador Damaris.
-Durante lo que resta de semana, los miembros de Aquila Uno y Dos recibirán entrenamiento intensivo en cualquier materia necesaria para la misión y la Inquisición trabajará a destajo para que todo el material esté listo. Un día antes del reclutamiento, un transporte aéreo del Munitorum los transportará hasta Forestad, equipados con un vehículo todoterreno y la documentación necesaria para hacerse pasar por civiles. Los hemos dividido en dos grupos para que no los recluten juntos, y por supuesto deberán guardarse de llamar la atención de los herejes. No importa lo que vean, no importa cómo actúen; asegúrense sin levantar sospechas de que los reclutan junto al resto de pueblerinos. Aunque obviamente irán desarmados, les proveeremos de sistemas de comunicación para que una vez lleguen a donde quiera que esté el cuartel puedan ponerse en contacto con Aquila Tres y revelar su posición-.
Alara se frotó la nuca, pensativa. Hasta ahora, el plan parecía razonable.
-Una vez dentro del cuartel, llegará la parte más peligrosa de la misión- continuó Damaris. -Por lo que sabemos, los herejes van a usar a los reclutas para volver a intentar el hechizo que no pudieron completar en Morloss. Si lo que quisiéramos fuera solamente acabar con ellos, bastaría con ordenar un bombardeo orbital y darles el tiempo justo a escapar de ese lugar antes de que lo borráramos del mapa. Pero sabemos que el Líder Vermisionario acudirá allí para presidir el ritual, y junto a él acudirán la mayor parte de los brujos supervivientes. Los necesitamos muertos o capturados, y también necesitaremos capturar a todos los herejes posibles para interrogarlos y sacarles la máxima información. Por ello, deberán analizar el recinto, localizar los puntos clave y posibles zonas de inserción, así como estudiar cuidadosamente al personal. Podemos contar con que los reclutas estén allí engañados, pero no sabemos hasta qué punto estarán corruptos los mandos. En principio, y mientras no se demuestre lo contrario, sospechen de todos los que tengan una graduación superior a Cabo-.
Alara hizo un esfuerzo para recordar la escena que había visto en sueños, pero por mucho que se esforzó, no pudo recordar la graduación del hombre que había luchado junto a ella. ¿Era soldado raso? ¿Cabo? ¿Sargento? Por su juventud y su manera de actuar, no parecía un alto mando, pero lo cierto es que durante la visión estaba demasiado preocupada por sobrevivir como para fijarse en esos detalles. Podría reconocer su cara si lo viera, pero nada más.
Taddeus Damaris continuaba hablando, paseándose de un lado a otro de la mesa como un profesor impartiendo la lección.
-Es vital que consigan dilucidar cuanto antes de quiénes se pueden fiar, porque necesitarán apoyo interno para la segunda fase de la misión: la inserción de equipo externo. No podemos concretar al cien por cien en qué consistirá porque estaremos pendientes de lo que ustedes necesiten una vez explorado el lugar, pero deberán recibir una dosis estimada de unas diez mil unidades de la vacuna para asegurarnos de que los herejes no pueden infectar masivamente a los reclutas como hicieron con los ciudadanos de Morloss. En este punto, la operación tiene dos posibilidades: la primera de ellas, el Plan A, es que consigan vacunar a los reclutas, convencerlos para que rebelen contra los traidores, y aguardar al momento del ritual, con el Líder Vermisionario ya presente, para que se alcen en armas contra él y sus esbirros. Eso propiciará la distracción adecuada para que nuestras fuerzas se acerquen al cuartel sin ser detectadas y caigan sobre el enemigo, cortándole la retirada y aniquilando a todo aquel que no se pueda capturar-.
Alara lo vio todo en su cabeza. Se parecía a lo que había sucedido en el sueño. De hecho, se parecía demasiado.
-Somos conscientes de que es un plan arriesgado- continuó el Interrogador- y de que es probable que existan dificultades que impidan llevarlo a cabo con éxito. Así que, si algo falla, daríamos paso al Plan B. Si por algún motivo los infiltrados dejan de establecer comunicación, o contactan para avisar de que han sido capturados, se ordenará de inmediato un bombardeo masivo de la zona, con armas explosivas e incendiarias, hasta reducirla a cenizas. Si por algún motivo nos comunicasen que el Plan A, por los motivos que sean, es imposible de llevar a cabo, la orden sería la misma, pero dándoles un plazo de tiempo prudencial para que consigan escapar del recinto, si pueden. Tanto si los capturasen, como si les resulta imposible escapar, se les proveerá de pastillas para suicido asistido, para que no tengan que sufrir las consecuencias del bombardeo ni darle oportunidad a los herejes de capturarlos con vida. Legado Trandor, usted será el encargado de supervisar la producción y el envío de las vacunas; ¿cree que también podrá preparar un compuesto de suicidio asistido que sea lo más rápido e indoloro posible?-.
Mathias había palidecido visiblemente, pero su rostro parecía tallado en piedra. Asintió sin decir palabra. Alara tragó saliva. Sabía que había algo que fallaba en ese plan, algo que se le escapaba, pero, ¿qué?
”Es tan arriesgado… hay tantas cosas que pueden salir mal… la Inquisición debe estar realmente desesperada para hacernos correr un riesgo semejante”.
Volvió a rememorar la pesadilla que había sufrido. Los detalles aún estaban frescos en su mente. Ella y el soldado desconocido conseguían abatir al Líder Vermisionario, pero a pesar de todo fracasaban, porque el Saurosicario y el Deomecanicista también estaban allí. Entonces, se dio cuenta de qué era lo que no encajaba.
“En Morloss sólo estaba uno de ellos. No hacían falta los tres para presidir el ritual. El Líder Saurosicario combatía en Prelux, y del Deomecanicista no había ni rastro. ¿Por qué iban a acudir en esta ocasión? No creo que sea para ayudar al Vermisionario; él debe tener aún suficientes brujos entre sus filas para formar el coro psíquico que lo asista. Entonces, ¿por qué acudirán allí?”.
Entonces, se le ocurrió. La ya familiar sensación de un destello interior, de un mecanismo chirriando en su mente a medida que las piezas encajaban, le provocó un momentáneo vértigo.
-No- se oyó decir. -No podemos hacerlo así-.
Todo el mundo desvió la mirada hacia ella. Las miradas eran inquisitivas, de una seriedad funérea, pero Alara ya estaba acostumbrada. Y ahora que sabía lo que el Emperador quería de ella, se sentía segura de lo que iba a hacer.
-Perdone, Interrogador Damaris, pero no va a funcionar. Si no modificamos el plan de alguna manera, la misión fracasará-.
Taddeus Damaris regresó junto a su asiento y apoyó las manos sobre la mesa.
-¿Cómo lo sabe?-.
-He tenido una visión. Hoy mismo. Conseguíamos vacunar a los reclutas y la rebelión tenía lugar, pero además del Líder Vermisionario, también estaban los otros dos. El Saurosicario y el Deomecanicista- tragó saliva. –No podíamos derrotarlos a los tres a la vez. Al final de la visión, acababan conmigo-.
Un silencio estupefacto de varios segundos fue roto por una oleada de voces.
-¡No es posible!- exclamó Kyrion.
-¿Los tres?- porfió Braxtina.
-Entonces es cierto… -murmuró Grenobius.
-¿Qué haremos ahora?- se lamentó Bauer.
Syrio y Mathias no dijeron nada; el primero miraba al suelo apretando los labios, el segundo la miraba con apresión.
-¡Silencio!- ordenó Damaris con voz de trueno. Todas las voces se callaron. Los ojos del Interrogador se clavaron en los de Alara. -¿Qué sugiere entonces, hermana? ¿Cuál es la salida, si es que lo sabe? ¿Abortar la misión? ¿Pasar directamente al plan B?-.
Alara no se permitió el lujo de vacilar. Tenía que mostrarse segura. En otro tiempo habría tenido miedo de estar cometiendo un error, pero la hora de los temores había pasado. Tenía que seguir su corazonada. Debía tener fe.
-El plan no es un fracaso absoluto- explicó. –Aunque es arriesgado, está bien diseñado, y puede funcionar… siempre y cuando adelantemos los tiempos-.
Taddeus Damaris frunció el ceño.
-¿A qué se refiere, hermana?-.
-Si lo he entendido bien, su plan consiste en esperar hasta que el Líder Vermisionario llegue para dirigir el ritual, y una vez reunidos para el sacrificio los soldados se rebelen y ataquen a los herejes en lugar de sucumbir, ¿no es así?-.
-Sí- admitió Damaris. -Ese era el plan. De hecho, hermana, teníamos la esperanza de que fuera su liderazgo el que inspirara y uniera a las tropas-.
-Le agradezco su confianza, Interrogador. El problema es que si el Líder Vermisionario está presente durante la rebelión, pedirá ayuda a sus aliados, y ellos se personarán en el cuartel. Tienen instrumentos arcanos de teleportación; ya los usaron en Morloss. Un grupo tan pequeño como el nuestro no podrá derrotarlos a los tres a la vez y a todos sus esbirros. Pero si adelantamos la rebelión un día, si alzamos en armas a los reclutas antes de que empiecen los preparativos para el ritual, podremos engañar a los mandos traidores y hacerles creer que se trata de un motín. Será entonces cuando las fuerzas de la Guardia Imperial y las Tropas de Asalto Inquisitoriales deberán atacar el cuartel desde el exterior. Al verse atrapados, los herejes pedirán ayuda a sus superiores… y será el Líder Vermisionario el que acuda. Sólo él. ¿Estoy consiguiendo explicarme?-.
El Interrogador Damaris se frotó la barbilla. La hostilidad había desaparecido de su mirada; un destello de astucia le brillaba en los ojos.
-Creo que ya la sigo, hermana. Si atacamos sólo a los milicianos herejes, éstos pedirán ayuda al Líder Vermisionario, y éste se personará allí él solo, creyendo que su presencia y la de sus brujos bastará para controlar la situación. En cambio, si es el Líder Vermisionario quien pide ayuda, sólo podrá pedírsela a sus compañeros del triunvirato, y es de esperar que si la situación está tan grave como para que uno sólo no pueda controlarla aparezcan los tres-.
Alara sonrió y asintió.
-Bien- dijo Damaris, mirando a su alrededor. –Si nadie tiene nada que oponer, no creo que cueste demasiado adelantar las cosas una jornada. Tendremos que tenerlo todo preparado un día antes de lo planeado, pero creo que podremos conseguirlo. Sólo hay una cuestión pendiente, hermana Alara; una vez llegue el Líder Vermisionario, ¿qué ocurrirá?-.
La mirada de Alara se endureció.
-Yo lo mataré. Acabaré con él en persona-.
-No pretendo ofrenderla, pero, ¿está segura? En su visión la mataban…
-En mi visión me mataba el Saurosicario después de que el Deomecanicista resucitara al Vermisionario. Antes de eso, yo lo había matado. Y lo mataré. En Morloss se me escapó, pero juro por el Trono de Terra que no permitiré que salga del cuartel con vida-.




La reunión se prolongó durante varias horas más. Hasta el último detalle, hasta el problema más nimio, tenían que quedar resueltos. Ya se había puesto el sol cuando Alara y sus hermanas se despidieron de la concurrencia y partieron de vuelta rumbo al hospital. Ninguno de ellos habló mientras Mathias conducía el coche blindado, escoltado de nuevo por los Arbitradores. Llegaron al Santa Sybilla al caer la noche.
-¿Crees que estaré lista a tiempo?- le preguntó Alara a Valeria mientras subían en el ascensor.
-¿Para la misión, te refieres?- preguntó ella, mordiéndose el labio. –Lo estarás, pero te va a doler. Te fatigarás mucho. Y aún así, aunque físicamente estarás sana, tu rendimiento corporal no tendrá nada que ver con el que tenías antes de entrar en el hospital. Has perdido tono muscular, y te llevará días recuperarlo, incluso después de recibir el alta-.
-Eso puede ser una ventaja- puntualizó Octavia. –Si Alara mostrase las condiciones físicas de una Hermana Militante en el cuartel, llamaría demasiado la atención. No pasaría por civil ni por casualidad; los sargentos instructores se darían cuenta. De hecho, todas tendremos que fingir ser mucho más torpes de inexpertas de lo que en realidad somos. Alara no es precisamente experta en misiones de infiltración; estar en verdad más débil será una ventaja. Y con el entrenamiento que imagino que nos darán, podrá aprovechar la semana para volverse a poner a punto y recuperar todas sus fuerzas-.
Mathias no dijo nada.
Cuando llegaron a la planta cerrada, Valeria se fue a buscar las bandejas para la cena y Octavia a cambiarse de ropa. Mathias también hizo ademán de retirarse, pero Alara lo retuvo cogiéndolo de la mano.
-¿A dónde vas?-.
Él evitaba su mirada.
-Al laboratorio. Estaba pensando cenar allí. Tengo mucho que hacer, en realidad. Seguir con los retrovirales para la cura. Supervisar la producción de diez mil unidades suplementarias de vacuna- finalmente alzó los ojos hacia ella. El dolor latía como lava ardiente en su mirada- diseñar pastillas de suicido asistido para que si algo sale mal tengas una muerte fácil y rápida-.
Alara entrelazó su mano con la de él.
-Mathias, no voy a morir. Nada va a salir mal-.
-Pero si sale mal, te suicidarás con mis pastillas- dijo él con voz hueca. -Tendré que fabricarlas sabiendo que son para que puedas matarte-.
Alara lo atrajo hacia sí, cerró la puerta y corrió el pestillo. Tal vez Valeria volviera antes de lo esperado, pero en tal caso Alara esperaba que tuviera el sentido común suficiente como para dar media vuelta y esperar un rato más. Y si no era así, tampoco le importaba.
-No voy a morir- le repitió, tomando su cara entre las manos. Por primera vez en mucho tiempo estana tranquila. Ya no tenía ningún miedo. –Estoy cumpliendo lo que el Emperador quiere de mí. Soy un instrumento de su voluntad. Mientras él esté conmigo, no podrá pasarme nada malo. Me iré cuando él me llame a su lado, no antes. Y aún no va a llamarme, porque si me ha enviado esta última misión es porque aún no debo morir. Quiere que sobreviva. Y si esa es su voluntad, entonces voy a sobrevivir-.
Atrajo hacia sí a Mathias y lo besó. Él le devolvió el beso, pero Alara se dio cuenta de que vacilaba. Cuando intentó desabotonarle la camisa, él se apartó.
-¿Qué te pasa?- preguntó Alara, inquieta.
Mathias tragó saliva.
-Yo… yo no…
-¿Qué es lo que te ocurre?- Alara lo miró, tratando de leer la verdad en su expresión. -¿Por qué me rechazas? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Acaso ya no sientes lo mismo?-.
Él enrojeció.
-No se trata de eso. Todo sigue igual por mi parte. Te quiero. Pero es que ya no sé... no sé si deberíamos… -sus mejillas se ruborizaron todavía más. –Quiero decir, aún estás convaleciente, y además eres una elegida del Emperador… no sé si es adecuado que tú y yo… que hagamos…
Alara lanzó un resoplido.
-¿Ese es todo el problema? A veces te comportas como un idiota, Trandor- lo atrajo hacia sí y volvió a besarlo con avidez. -Un auténtico idiota-.
Mathias entrelazó la mano en su cabello, con las mejillas aún enrojecidas y una mirada en la que se mezclaban el deseo y la duda. Como si quisiera yacer con ella pero un temor casi reverencial frenara sus actos. Alara lo agarró de la solapa de la camisa y lo arrojó sobre la cama.
-Y como verás- dijo, inclinándose sobre él antes de que pudiera levantarse- estoy recuperándome muy deprisa. Sin ir más lejos, ya estoy más fuerte que tú-.
Cuando comenzó a besarlo por el cuello y deslizó la mano por debajo de su vientre en una experta caricia, Mathias se rindió sin oponer resistencia.



Los días que restaban para la misión se hicieron muy cortos. Alara sufrió durante largas y tortuosas horas las sesiones intensivas de rehabilitación mezcladas con varias tandas de inyecciones de suero regenerador al día. Para colmo, cuando terminaba el dolor comenzaba el entrenamiento; tenía que aprender técnicas básicas de espionaje, camuflaje y manejo de ganzúas, por si acaso. También recibió instrucción acerca de la Milicia Planetaria y fue sometida a un cambio de aspecto, no demasiado radical, pero sí lo suficiente para no parecer lo que era. La Palatina Sabina en persona envió su autorización para que Alara, Octavia y Valeria se cambiaran el peinado reglamentario. La Inquisición quería que cuando llegara el momento los reclutas del cuartel pudieran reconocerlas como Adepta Sonoritas, de modo que se limitaron a dejarlas sin flequillo y a recortarles un poco la melena. Octavia acabó con un desfilado bastante a la moda y Valeria con el pelo recortado justo a la altura de las orejas; a Alara se lo dejaron tal cual, porque Damaris no quería que nadie dudara cuando se revelase como la Demonicida. Los tatuajes que decoraban sus cuerpos eran otra cuestión; tras una breve reflexión, Kyrion y Damaris decidieron que todos los miembros del grupo de infiltración fueran recubiertos de pies a cabeza por una capa de piel artificial, que no sólo ocultaría tatuajes y cicatrices, sino que los protegería contra cualquier agente contaminante y evitaría las heridas superficiales.
Mikael, que no había aparecido por el hospital hasta entonces, acudió tres días antes de la misión, disculpándose por no haber ido a visitar a Alara.
-Lamento no haber pasado por aquí, hermana- dijo. -Pero la Inquisición me necesitaba para otros menesteres. Concretamente, para cargarme a distancia a los líderes militares herejes de las fuerzas que cercaban Morloss. Ahora que hemos despejado la ciudad y sus alrededores, creía que podría descansar un poco… -esbozó una sonrisa torcida. -Iluso de mí-.
Alara también sonrió.
-A pesar de ello, te voy a pedir un favor a cambio- dijo.
Mikael enarcó una ceja.
-Espero que no sea un favor muy grande. Esta misma tarde tienen que rebozarme entero de sinte-piel-.
-En absoluto- replicó ella. -Sólo se trata de que hagas venir a una persona. Le pediría a Mathias que hablara con Syrio Dryas, pero anda muy ocupado el pobre-.
La extrañeza de Mikael se acentuó.
-¿Con Dryas? ¡Pues vaya! ¿Y a quién quieres que traiga?-.
Los ojos del asesino se abrieron sorprendidos cuando ella pronunció el nombre.
Aquella tarde fue tan agotadora como de costumbre, aunque Valeria tuvo piedad de Alara y la dispensó de la última inyección, en parte porque sus huesos estaban soldando mejor de lo esperado y en parte porque la necesitaba fresca a la mañana siguiente para que le colocaran la piel artificial. Tras la última sesión de ENM, la llevó de vuelta a su habitación y cenaron juntas. Octavia y Mathias se les unieron poco después. Alara estaba masticando el último bocado de una pieza de fruta cuando sonaron golpes en la puerta.
-¿Quién será a estas horas?- preguntó Mathias, desconcertado.
-No te preocupes- respondió Alara, muy tranquila. –Estoy esperando una visita-.
Cuando el joven abrió la puerta, se llevó una sorpresa mayúscula al ver allí al Legado Dryas, seguido de cerca por el Magíster Baltazhar Astellas.
-Buenas noches- dijo, asombrado. -¿Qué hacéis aquí?-.
-Eso quisiera saber yo- dijo Syrio, entrando en la habitación. –La hermana Alara nos ha pedido que viniéramos-.
Alara se puso en pie.
-Buenas noches, Legado Dryas. Magíster Astellas, ya no creí que viniera tan tarde-.
-El día y la noche ya no se distinguen para mí, hermana- dijo Baltazhar, sonriendo con tristeza. Sus ojos color índigo, de pupilas dilatadas, estaban perdidos en el infinito.
-Entonces, ¿sigue sin ver?-.
-No he recuperado la visión desde el ataque a Morloss- respondió el psíquico. A pesar de su aparente serenidad, Alara se dio cuenta de que tragaba saliva. -Es el precio que pagué por conservar la cordura después de… aquello-.
Penetró en la habitación usando su báculo del Astra Telepática como bastón. La cabellera de oro plateado parecía tan larga y brillante como siempre, pero Astellas había perdido el porte majestuoso de antaño. Andaba algo encorvado, como si el peso de los horrores que había vivido cayera sobre sus hombros.
-Lamento no haber venido a visitarla- dijo. -Supuse que no le agradaría mi presencia-.
Alara se acercó a él.
-Se equivoca, Magíster Astellas. Su presencia no me desagrada. Ya no. El día de la rebelión combatimos juntos. No tuve más remedio que confiar en usted, y usted tuvo que confiar en mí. Eso fue lo que nos salvó a todos. Ninguno de nosotros dos habría podido derrotar al Líder Vermisionario y a su coro de brujos impíos sin la ayuda del otro-.
-Lo sé- dijo Baltazhar, esbozando una leve sonrisa. -Pero jamás habría imaginado que usted lo admitiría, hermana-.
Alara ya había llegado frente a él. Lo miró con atención sabiendo que él no podía devolverle la mirada. Notaba tras ella los ojos inquisitivos de Syrio Dryas, de Mathias y de sus hermanas, pero no le importaba. Era como si una fuerza interior la hiciera estar segura de lo que iba a hacer.
-Ahora le entiendo mejor- dijo. -Veo su carga. Y su fuerza de voluntad para sorportarla. Doy gracias al Emperador por no haber nacido psíquica. No puedo imaginar el horror de saber mi alma en peligro todos los días y a pesar de todo mantenerme firme, luchando por el Emperador, confiando en él, más alla del miedo y de la duda. Veo su sufrimiento y me admiro por él, Magíster Astellas. El día que combatimos juntos nos convertimos en hermanos de batalla. Hermanos en el Emperador-.
Y, ante la sorpresa de los presentes, trazó con las manos el Signo del Aquila sobre Baltazhar Astellas, mientras murmuraba en voz baja una letanía de bendición, y lo besó en la frente.
El psíquico, que no había podido verla, se quedó conmocionado. Su cuidada máscara de serenidad se resquebrajó y una mezcla de asombro, incredulidad y emoción asomó a su rostro. Se llevó la mano a la cabeza, como presa de un súbito mareo.
-¿Baltazhar?- exclamó Syrio, adelantando el brazo para sujetarlo.
-No, estoy bien- repuso Astellas, haciendo un gesto para rechazarlo. Entonces, se quedó inmóvil y parpadeó. -Dios. Santo Dios Emperador. Lo he visto. He visto tu brazo acercándose. -Miró a Syrio con una mezcla de maravilla y estupefacción. Las pupilas se le habían contraído y su mirada volvía a estar enfocada en vez de perdida en el infinito. -¡Te veo! ¡Veo la habitación! ¡Por el Trono, lo veo todo!-.
Syrio miró a Alara, que no parecía menos asombrada que los demás.
-¿Qué le ha hecho?- espetó.
-Yo… yo no le he hecho nada -balbuceó Alara. -Sólo he hecho el Signo del Aquila y lo he bendecido-.
El Legado la miraba en silencio, igual que hacían Octavia, Valeria y Mathias. Cualquiera habría dicho que a sus amigos se les había olvidado cómo hablar.
-Le aseguro no he hecho nada más- insisitó.
Baltazhar, demasiado emocionado para contenerse, la tomó de las manos. Los ojos le brillaban.
-Usted me ha devuelto la vista, hermana. ¡Es un milagro!-.
-En realidad, podría tener una explicación lógica- intervino Mathias, recuperando el habla. Vacilante, se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz antes de continuar. -Su ceguera es… era psicosomática, Magíster Astellas, causada por el shock de las terribles visiones que tuvo que soportar y por el trauma de sentir su cerebro mancillado por los recuerdos. Si lo que su alma esperaba era un signo de absolución por parte del Emperador para mostrarle que está limpio de toda mácula, es posible que la bendición de una Hermana del Sororitas haya sido justo lo que su mente necesitaba para superar el trauma y sanar-.
-Tal vez- dijo Syrio con tono neutro. A Alara no le pasó desapercibida la mirada de soslayo que intercambió con Mathias. -No nos corresponde a nosotros decidir. Sea como sea, Baltazhar ha recuperado la vista gracias a usted, hermana Alara. Se lo agradezco-.
-De nada- respondió ella, aún confusa.
“¿He sido yo?” se preguntó. “¿Es cierta la hipótesis de Mathias, o realmente el Emperador ha actuado a través de mí, de alguna forma?”.
-¿Por qué me pidió que viniera?- preguntó Astellas de forma abrupta.
-¿Cómo dice?- preguntó Alara.
-Usted me ha pedido que viniera- insistió el psíquico. -¿Sabía que iba a pasar esto?-.
-No tenía ni la menor idea- reconoció ella con honestidad. -Sólo quería verle para darle las gracias, para decirle que reconocía y respetaba su sacrificio en nombre del Emperador. Voy a partir a una misión peligrosa, y aunque confío en que regresaré sana y salva, quería decírselo antes de irme. A decir verdad, ni siquiera sabía muy bien qué le iba a decir. La idea de bendecirlo me ha salido espontáneamente, sin pensar-.
Syrio Dryas continuaba mirándola con fijeza, aunque no era fácil adivinar lo que pensaba por su expresión.
-Me alegro de que haya tenido otra de sus brillantes ideas, hermana- le dijo. -Sólo puedo esperar que siga estando igual de inspirada durante la misión. Si es así, será una suerte trabajar a su lado-.




Las horas volaban a medida que se acercaba el fin de la cuenta atrás. Al día siguiente de la visita de Syrio y Baltazhar, el equipo de Hospitalarias de Valeria revistió el cuerpo de Alara con una capa de piel artificial que iba desde la raíz del cabello a la planta de los pies. El material se adhirió a su cuerpo como un guante, cubriendo todas sus cicatrices y haciendo desaparecer sus tres tatuajes: la rosa espinada del hombro izquierdo, la flor de lis del hombro derecho, y el águila bicéfala en la parte baja de la espalda.
-De aquí a doce horas, se habrá irrigado con tu sangre y estará tan cálida como tu cuerpo- le explicó Valeria. -No nos restará sensibilidad, pero tampoco dolerá si te la desgarran. Pasará inadvertida en cualquier examen médico superficial-.
Después de Alara le tocó el turno a Octavia, a Mathias y finalmente a la propia Valeria, que aquella noche fue la última del grupo en revestir su cuerpo con aquella segunda piel.
Syrio Dryas, el jefe de la operación Aquila, reunió a los tres equipos la mañana de la inserción para darles una última charla y entregarles el material. Alara acudió con sus hermanas y Mathias a la misma sala del hospital donde había tenido lugar días atrás la reunión del Ordo Xenos. Todos estaban allí: Damian, Bruno, Mikael, Phoebe, Samantha y Robert. En pie, a cierta distancia del grupo, aguardaban los psíquicos y los tecnosacedotes: Dymas, Baltazhar, Ophirus y Corban.
-La inserción tendrá lugar esta misma noche- anunció Syrio. -Cuando llegue el amanecer, todos nosotros deberemos estar en Forestad. En algún momento del día, aparecerá el grupo de reclutación hereje: nuestro primer objetivo será que todos y cada uno de nosotros terminemos dentro de los furgones de reclutamiento, ya sea juntos o por separado. Lo ideal sería que Aquila Uno y Dos fueran reclutados juntos, al completo y de manera independiente, pero lo principal es que los herejes no sospechen de nosotros. Recordad lo que somos: civiles indefensos, sin formación militar alguna, que nos conocemos entre nosotros y tenemos cierta amistad. De modo que vamos a actuar como tales; a partir de ahora, se terminaron las formalidades, los títulos y los rangos. Octavia, tú la primera, ven aquí-.
Octavia se levantó de la silla y se acercó al Legado.
-Dime, Syrio-.
Dryas le tendió un bolso.
-Aquí están las partes más importantes de tu disfraz: documentación, dinero en efectivo, llaves de tu supuesta casa, pañuelos de papel y maquillaje barato; lo que cualquier mujer llevaría en el bolso. Todos llevareís más o menos lo mismo, aunque con ligeras variaciones: algunos tenéis títulos de transporte caducados, golosinas o varillas de lho; los hombres lleváis una petaca medio llena de sacra en vez de maquillaje. Es recomendable que mostremos confusión, miedo y cierta resistencia, pero no agresividad. ¿Me habéis entendido? -su mirada recorrió el grupo, deteniéndose especialmente en las tres Sororitas.- No me importa lo que veáis, lo que sintáis o lo que los herejes hagan con los civiles: no os enfrentéis a ellos. Iremos desarmados, como es lógico, y aunque algunos de los aquí presentes sean armas en sí mismos, harán bien en recordar que si muestran aunque sólo sea un mínimo del potencial combativo que tienen, habrán dado al traste con la operación-.
Alara asintió al igual que el resto, aunque no pudo evitar que su ceño se frunciera un poco. Sin duda, lo más difícil de la misión no iban a ser los peligros, la infiltración ni el combate, sino tener que fingir debilidad ante una repugnante caterva de traidores y tener que soportar sus abusos y herejías sin poder hacer absolutamente nada.
-Todos nosotros llevaremos material extra- continuó Syrio.- Según la General Bauer, es de esperar que los reclutadores nos cacheen antes y después de llegar al cuartel, y una vez allí nos harán desnudarnos, revisarán nuestros efectos personales y nos harán un breve examen médico. Se trata del protocolo estándar de la Milicia, y no tenemos motivos para pensar que los herejes no vayan a llevarlo a cabo. Así que el transporte de este material extra resultará un poco incómodo para todos. Especialmente para los hombres-.
Abrió un maletín y les mostró dez cilindros plateados de dos dedos de grosor, con bordes suaves y pulidos, con un pequeño cordel en la base.
-En total, dentro de los cilindros llevaremos dos balizas de localización: una de señal psíquica y otra de radiofrecuencia, dos juegos de ganzúas, goma explosiva, gel expansivo y un comunicador de frecuencia corta para cada uno. Inserción vaginal para las mujeres y anal para los hombres; será necesaria una lavativa y no ingerir ningún alimento sólido después del almuerzo. Recordad que lo hacemos por nuestro Dios Emperador -agregó, esbozando una sonrisa torcida. -Además, también llevamos dos tipos de pastillas, preparadas ex profeso por el doctor Trandor: las blancas con forma romboide son anfetaminas, por si acaso fuera necesario pasar varias noches sin dormir o resistir un esfuerzo físico prolongado e intenso. Las negras con forma romboide son las píldoras de suicido asistido, diseñadas para provocar una muerte indolora en poco más de un minuto-.
-En realidad tienen dos fases- explicó Mathias, cuya sombría mirada desmentía su apariencia serena. -Provoca la inconsciencia en un período de diez a veinte segundos, dependiendo de la resistencia de cada cual. Quince segundos más tarde los músculos se paralizan, y la parada cardio-respiratoria tiene lugar entre cuarenta y sesenta segundos después. La idea es que cuando la toxina comience a actuar de verdad, el usuario ya no pueda sentir nada-.
Syrio asintió con la cabeza en ademán aprobador y volvió a dirigirse al grupo.
-Una vez lleguemos al cuartel sin incidencias, el punto de encuentro será la cantina durante el primer rato libre que tengamos, y si no la hubiera, la puerta del comedor al terminar la primera comida que hagamos. Si nos asignaran a puntos diferentes del cuartel y fuera imposible encontrarnos, usaremos los comunicadores, pero no antes. Recordad que no debemos usarlos si no es imprescindible; los herejes podrían rastrear nuestra frecuencia. Las probabilidades de que intercepten la señal son bajas, pero existen. Una vez nos hayamos reunido, sabiendo ya cómo están las cosas sobre el terreno, veremos cómo podemos comenzar la siguiente fase del plan. Bien; ¿alguna pregunta?-.
Todos se mantuvieron en silencio.
-Muy bien, entonces se disuelve la reunión. Tiempo libre hasta las veinte horas estándar, cuando los grupos Aquila Uno y Dos debemos encontraron en el punto de reunión, que será precisamente esta sala. La salida está prevista a las veinte horas y quince minutos. Que el Emperador Inmortal de la Humanidad nos bendiga a todos-.
Alara temía la despedida de Mathias, pero el joven se mostró tan sereno como cabía esperar. Comieron juntos, solos, en la habitación de Alara. Valeria había firmado el alta esa misma mañana. Cuando llegó el momento de partir, Mathias la cogió de las manos y la miró a los ojos.
-Prométeme que volverás-.
-Volveré- le juró ella.
Él estrechó sus dedos entre los suyos.
-Sé que lo harás. Eres fuerte, lista y valerosa, y el Emperador está contigo. Pero Alara, escúchame, si algo sale mal, si por cualquier motivo te atrapan… trágate la pastilla sin vacilar. No te dolerá, lo juro. Tómatela, aunque nos mates a los dos. No dejes que te cojan viva…
Mathias se calló al sentir que la voz se le quebraba. Un brillo húmedo empañó sus ojos, y rápidamente se quitó las gafas para frotarse los párpados.
-Me prometí que no pasaría esto- murmuró, con la voz firme de nuevo. Volvió a colocarse los anteojos. -Confío en ti, Alara. Es sólo que…
-Lo entiendo- le interrumpió ella, y sonrió. -Si estás preocupado, reza por mí; es toda la ayuda que necesito. Donde quiera que nos lleven, mi corazón estará contigo-.
-Y el mío contigo, Alara- musitó él. -Siempre-.
Los dos se fundieron en un estrecho abrazo y sus labios se unieron en un beso cargado de pasión.
-Hasta pronto- le dijo Alara con dulzura, acariciándole la mejilla. Luego, se llevó las manos al pecho y entrelazó los pulgares haciendo el Signo del Aquila. -Ave Imperator-.
-Ave Imperator- respondió Mathias, repitiendo el gesto. -Buena suerte, Alara-.
A las veinte horas y tres minutos, todos habían llegado ya al punto de encuentro. Syrio hizo una rápida revisión para asegurarse de que tenían todo el equipo en orden y los condujo al ascensor. Descendieron hasta el nivel inferior del aparcamiento subterráneo del hospital, donde dos coches blindados de aspecto civil los estaban esperando. Alara subió con el resto de Aquila Uno: Valeria, Octavia, Mikael y el padre Bruno.
El coche blindado dejó atrás el hospital, rumbo a la base militar de Morloss. Cruzaron el puente oriental sobre el estuario, y por primera vez desde el día de la infección, Alara abandonó la isla Zarasakis. Aunque contuvo la tentación de mirar atrás, no pudo evitar preguntarse si volvería a verla, al igual que a Mathias, que se quedaba allí. Enfilaron por una avenida que a aquellas horas estaba desierta, debido al toque de queda. Todavía quedaban algunos vehículos averiados junto a las calles, restos de las explosiones que los servidores del Administratum aún no habían podido retirar. Algunas casas tenían luces tras las ventanas, pero la mayoría estaban a oscuras, en silencio. Era imposible saber si sus habitantes dormían, habían huido o estaban muertos. El convoy avanzó raudo y furtivo como las sombras, dejando atrás las marcas de ruina y desolación que aún herían la ciudad.
Las ordenanzas de guerra prohibían el alumbrado nocturno, pero los faros de los coches iluminaban las fachadas de las calles con claridad. Al girar por una esquina, cercana ya a la ciudadela, Alara vio por un instante el muro de una finca medio derruida, con una pintada junto a lo que había sido una tienda de comestibles. Las palabras “ABAJO EL IMPERIO EXPLOTADOR. VIVA EL MOVIMIENTO LIBERTADOR”, en blanco, estaban tachadas por una cruz roja cuya pintura había corrido pared abajo como si fuera sangre. Justo arriba, alguien había escrito otro mensaje, con letras rojas y sangrantes: “LIBERTADOR ASESINO. LA DEMONICIDA VIVE”.